domingo, 24 de enero de 2021

MI MEJOR MAESTRA

 

Mi maestra doña Paquita fue mi mejor profesora. Ella era para mí ilusión, seguridad, apoyo físico y consuelo para mis limitaciones infantiles. Fue un espejo de cristal donde yo podría mirarme, un camino que yo podría seguir, una luz que iluminó mi vida en una época en la que yo era una pobre niña de la tardía posguerra con muchísimas carencias en todos los sentidos y sin demasiados alicientes para vivir ilusionada.

Ella abrió las puertas de mi alma, me mostró la luz del conocimiento, los deseos y la inquietud por superarme día tras día y me ayudó a crecer como persona, a engrandecerme como ser humano y a saber mirar el mundo y a las personas con mis infantiles ojos. Mis escasos seis años se abrieron en flor con su aliento, con sus cuidados y atenciones a mi propia educación, con su luminosa mirada, con su dulce voz, con la luz que irradiaban sus pupilas.


Ella sembró en mí la semilla del deseo de saber, de conocer, de impregnarme de la información que me brindaban los libros, que me ofrecía la vida. Me animaba a estudiar y premiaba y aplaudía mis pequeños éxitos y mis esfuerzos cotidianos. Ella me daba alicientes para vivir y me enseñó a desplegar las alas para echarme a volar por esos mundos de Dios, llenos de preciosos libros, de información, de interesantes saberes, de un sol de intensidades y de un cielo azul de calma en el que se podía volar. Ella me mostró un mundo de exuberante naturaleza y de gratos aprendizajes que yo podría asimilar si seguía sus sabios consejos, si conducía mis pasos por los surcos de sus huellas. Ella ganó mi corazón para su causa y brotaron flores de plenitud en los valles de mi alma.

    




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