viernes, 2 de abril de 2021

BAJO PALIO

 


Bajo palio camina el Hijo del Hombre,

a hombros de cansados costaleros.

Como un lucero conducido hacia el ocaso

de la sangre. Humilde reo de muerte.

Ciprés de melancolía vilmente agitado

por el viento ruin de las tempestades.


Ocultos maremotos se gestan en su pecho.

El llanto, como lluvia silenciosa y gélida,

brota lentamente del lagrimal igual que tácita lluvia.

La mirada perdida en la lejanía, ausente,

                            posada en el fondo lúgubre del dolor.

El cuerpo, despojado de palomas y ausente de gaviotas,

está vilmente cubierto por las sangrantes heridas

                                                    que propició el desamor.

Cicatrices zigzagueantes,

como siniestras veredas de oscuridad letal,

                                                    son las veredas del alma.

Su espalda, surcada por mil senderos de sangre,

es una oscura ladera despoblada de latido,

                                                    de flores y de alamedas.

Su rostro, macilento, ensombrecido

como lirio desdibujado por la niebla,

es una extensión purpúrea

                                        enmohecida por el llanto.

Su pecho, herido por el desamor,

muestra su divina languidez de frío mármol,

semejando un glaciar de soledad

                                        y de abandono

en esa pradera artificial de gladiolos

que ondea al viento su inmaculada inocencia

                                        de claveles flagelados por la escarcha.

Sus labios, cuarteados por la sed

arañan una plegaria al corazón malherido

mientras emiten un lastimero gemido

al purgatorio ruin de su tortura.

La tarde, cuajada de primaveras y fobias,   

bosqueja una sonrisa de melancolía

igual que una riada de amargura

que no puede cesar su ingente

                                         turbulencia.

A su paso la multitud suspira.

Algunos quisieran cargar con su cruz.

Otros quedan indiferentes mientras ocultan

su indolencia en esas tulipas diáfanas,

cuajadas de velas candentes,

                                        que secuestran las pupilas,

cuya lengua cimbreante esculpe pinceladas de dolor

en la túrbida y mortecina opacidad de una tarde,

                                        coronada de tristezas y de espinas.

ENCARNA GÓMEZ VALENZUELA

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