viernes, 7 de abril de 2023

ERAN LAS TRES DE LA TARDE

 


Era la tarde un suspiro, era la tarde un lamento.

El viento ruin de los desengaños

soplaba, monte abajo, entumecido.

Lentamente envolvía el Gólgota

con telarañas de ausencia.

Espejo de luciérnagas eran las pupilas del día.

            La sangre de las heridas

empapaba la tierra con timidez

y hundía en la desolación

el verde azulado de la hierba.

El cielo se oscurecía

con mil nubarrones negros.

El sol iba declinando. Súbitamente,

            tiñó su luz de tinieblas. 

La tarde se estremeció, al instante

sus entrañas vomitaron sangre y agua.

Los muertos fueron ganando

la guerra a los camposantos.

            Hiel y tierra, fuego y agua,

luz y sombras. Danza febril, polvareda

de elementos que acercaron el ocaso.

            Llovía tortura y espanto,

sangraba la tarde oscura.

Estupor en los tejados de las casas,

quemazón en el fondo de las vísceras.

            Los corazones temblaban

y el alma, ya redimida, se elevaba

            sobre todo lo terreno.

En la túrbida lejanía del tiempo

y de todas las distancias anheladas

            ladraban algunos perros.

Llanto de desolación, gemían los vientos,

como torpes plañideras de la tarde.

Una corona de espinas llevaba el rey.

Su mirada era un telón de melancolía

sus palabras, faros de la oscuridad.

            Su voz clamaba sedienta.

“Tengo sed” susurró el reo de muerte,

            y le acercaron vinagre.

Su piel destilaba ausencia, su cuerpo dolor y llanto.

Luego exhaló un gran suspiro

y abandonó esta tierra de tormento.

            Contigo, mi buen Jesús, se perdió mi corazón

en ese mar infinito de tristezas y de fobias.

Cristo vencido moría en la cruz.


            Eran las tres de la tarde.

Que no se borren nunca los soles de la Pasión.

Que no se apague jamás el verde de los olivos

de aquel huerto fértil de oración y  de penitencia.

ENCARNA GÓMEZ VALENZUELA 





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