Son los despojos de un naufragio,
el indómito estupor de las pateras
el dolorido silencio de esta tierra.
El mar, devorador de ilusiones y de
proyectos,
emerge furibundo, como potro desbocado,
desde el fondo visceral de los océanos.
Un recuerdo lacerante que merece
ser rescatado del olvido de las campanas.
Entretejer lentamente los frágiles jirones
de una trayectoria rota en mil pedazos.
El peso demencial del abismo
se
cernió sobre sus vidas.
Hacía ya mucho tiempo que eran hombres
muertos
entre las volubles dunas de la noche de
sus sueños.
Eran telarañas del desierto,
sutil arena que se adhiere al lagrimal.
Amamantaban un lodazal de llanto en su
pecho
que les achicaba el agua del corazón
malherido.
Llevaban el peso del dolor en la mochila,
el furor de todos los temporales,
oculto, en el doblez de su alforja.
fantasmagórica como la luna menguante,
bailaba su danza fúnebre alrededor de su
vientre.
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