De
esta forma continua Victoria Godoy el prólogo de mi
libro, Ojos de zafiro y otros relatos:
Es
necesario resaltar que la mayoría de las figuras que habitan estos relatos son
mujeres con nombre propio o carecen del mismo, cosificadas en el mundo marginal
de la prostitución; otras han sido estigmatizadas y tachadas de brujas. Todas,
con cicatrices en el vendaval de la vida, como enseñas de su amor, pleno,
frustrado y arrebatado, en la fugacidad de la insaciabilidad del tiempo por un
destino aciago. Amor femenino que aparece descrito en su belleza con un
lenguaje cargado de sensualidad y erotismo, que nos recuerda la herencia de la
imaginería arábigo-andaluza o la del Modernismo, pero libre ya de eufemismos;
ahora en una prosa directa, ágil y expresiva. De esta forma, el discurso
narrativo se adueña de la palabra como arma para que sea posible ver, sentir y
nombrar el cuerpo de la mujer, el deseo sexual y la fusión amorosa con
expresiones literarias que se alejan del canon masculino en la búsqueda de una
identidad propia que les ha sido arrebatada. Es el derecho a decidir sobre su
cuerpo y sus vidas lo que está en juego, de ahí la especial relevancia que
adquiere el tratamiento de la locura femenina y el suicidio. La autora se niega
a colocar la locura como una consecuencia de la inestabilidad natural femenina,
sino, al contrario, como opción personal, o fruto del determinismo social; y
quienes la padecen no son locas sino enloquecidas avocadas al suicidio como
protesta contra la asfixiante estructura moral que la sociedad imperante impone
a la mujer (El naranjo), o como efecto de la angustia existencial del
vacío para acabar con el sufrimiento (El
reflejo del agua), o como única salida a la violación sexual (La bodega
maldita).




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