La flor de la calabaza
es bella, grande, exótica y misteriosa. A mí me recuerda a las plantas
exuberantes de las islas del Pacífico. Tiene una particularidad muy especial y es que posee flores masculinas y femeninas. En
esta peculiaridad se asemeja al reino animal, en el que la gran mayoría de los
individuos están diferenciados en el sexo. Por el contrario, en el reino
vegetal, la mayoría de las flores suelen tener los dos sexos.
Poseen estambres,
parte masculina y pistilo, parte femenina. Así pues, una flor se puede fecundar
a sí misma, valiéndose del viento y de los insectos. Pero la flor de calabaza
lo tiene más complicado. La flor femenina tiene que recibir el polen de una
flor macho. Aquí el viento y los
insectos tienen que trabajar algo más.
Antes de conocer esta
curiosidad, Juan y yo mirábamos con decepción las flores de calabaza que
después de haber lucido la belleza de sus pétalos y haberse marchitado, no tenían
embrión. Decíamos «una flor nula e inútil». Y claro es que era una flor macho,
cuya misión consistía en fecundar las
flores femeninas, que son las únicas que pueden dar fruto. De esta observación deducimos que hay que estudiar la
naturaleza para conocer sus particularidades.
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