Qué duro es alejarse de la
tierra que crece en nuestras entrañas
Campos desiertos como gélidas
tundras y nidos errantes
vislumbra el alma en el tortuoso
refugio de la ausencia.
En la huida los recuerdos se
devoran unos a otros
para entretejer un manto de
nostalgia que atenúe la soledad
que se atisba en los lúgubres
espejos de la despedida,
en la piedra ancestral de la
quietud.
Las palabras se deshacen en la
boca para alimentar la raíz del llanto.
Los lamentos se disuelven en el
aire como alondras
que detienen el vuelo para
entonar un cántico triste
que mitigue el dolor de la
partida en el marco visceral de la despedida.
El dolor de todos
los navegantes que, de igual modo que Ulises,
se alejan de su
Ítaca querida.
Como el gélido
invierno de frío aliento, cargado de pesadillas
y de escarcha, sucede
al tibio otoño de plumajes carmesíes,
así el corazón
peregrino se entrega a la pena de alejarse
de aquello que
lleva dentro.
Luego, el sueño
pegajoso del adiós, como una tela de araña,
nos lleva a bucear
por los profundos mares de la añoranza
donde caminamos a
ciegas hasta caer,
como enajenados
ecos, en un abismo sin fondo.
Entonces, el peso
de la gravedad, como un barco sin timón con forma
de empalagosa
sirena, que ansiara retenernos a su lado,
se desploma en
nuestros hombros y aborta
cualquier legítimo anhelo de ámbitos
regresados.
ENCARNA GÓMEZ VALENZUELA
ESTE POEMA FUE PUBLICADO EN LA REVISTA AZAHAR
Nº 99, CORRESPONDIENTE AL MES DE AGOSTO DE 2019
No hay comentarios:
Publicar un comentario