de reclusiones y encierros, de contagios y de
muertes,
si nos libramos del virus, podremos cantar victoria,
todos juntos, de la mano, para saludar al día,
al sol, a los gorriones, a las nubes y a la brisa,
para abrazar al hermano, a los hijos y a los nietos.
Pero ahora,
En este tiempo cerril, de distancias y de ausencias
de temores, de lamentos de mirar por la ventana,
no nos podemos dejar abatir por la tristeza,
por el tedio, por el miedo, por la apatía o el
silencio.
Es necesario cantar desde el corazón
una canción de esperanza, una dulce melodía.
que nazca en nuestra garganta y acaricie nuestros
labios.
Sentir la vida vagando por los rincones de casa,
por los montes, por los valles, por los ríos, por
los parques
y mirar al horizonte con ojos encandilados,
para ver nacer el día, que crece en nuestra entrañas
y brota en los corazones.
Pero todo, a través de los cristales.
Fijarnos en esa flor, que impulsada por la vida,
muestra su bello color, su perfume, su hermosura.
Mirar al cielo despacio, que luce azules de seda
y rosáceos de esperanza o rojizos de arrebol.
Alzar siempre la mirada, para no desfallecer
en las manos de la pena y en los brazos del
dolor.
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