Este es el artículo de mi autoría publicado en el periódico IDEAL SIERRA MÁGINA, para el mes de junio de 2021. Abajo lo cuelgo en letra grande para que podáis leerlo.
FINAL
DEL ESTADO DE ALARMA
Jamás
podíamos pensar que el final del estado de alarma, previsto para el 9 de mayo
del año en curso, iba a ser tan sonado, tan irresponsable y tan ausente de
control. La noche del sábado, los jóvenes se tiraron a la calle con gran
alegría, y pasaron varias horas cantando, bailando, bebiendo y divirtiéndose de
manera descontrolada. Acudieron con sus mascarillas, pero una vez que se
juntaron y empezaron a beber, se las quitaron. Si alguno de esos jóvenes era
portador del coronavirus, sin saberlo —podría ser asintomático— aunque
estuviera al aire libre, podía contagiar a sus compañeros de juerga.
Todo
el país se ha hecho eco de ese desbordamiento de alegría y de euforia que se ha
producido en todas las ciudades y en muchos pueblos, incluidos los de Sierra
Mágina, que no han sido una excepción. Verdaderamente, todos estamos hartos de
pandemia y tenemos muchas ganas de salir y de volver a la normalidad, pero,
señores las cosas no pueden hacerse de esa manera. Los jóvenes que supuestamente
hayan podido contagiarse en esas desenfrenadas fiestas, volverán a sus casas,
sin saber que son portadores del covid, y contagiarán a sus padres y a sus
abuelos; personas mucho más vulnerables que ellos por padecer otras patologías,
que les hacen ser más débiles para combatir tan peligroso huésped de los
pulmones, objetivo último del viaje que ese maligno virus realiza por nuestro
organismo. Quiera Dios que pasados quince, veinte o veinticinco días, no
empecemos a sentir los efectos de la 5ª o la 6ª ola de la pandemia y entonces,
quizá hubiera que volver a desandar el camino. Semejante medida no sería nada
atractiva ni recomendable para la época estival que se nos aproxima. Comencemos
a ser sensatos desde este mismo instante.
Los
profesionales de la medicina están cansados de la presión en los hospitales y
en las UCIs, del trabajo tan enorme que tienen que desarrollar, de ver a los
enfermos agravarse y no poder salvarles la vida, de atender, sin descanso, a
tanto contagiado por este maligno virus, que está dejando su huella por doquier
y se va a llevar una buena parte de la población mundial.
Ahora,
en España, se culpa al gobierno de haber dado paso al final del estado de
alarma y de dejar el peso de las restricciones en manos de las Comunidades
Autónomas. Pero antes se decía lo contrario. Se aseguraba que cada comunidad
conocía los datos de la pandemia en su tierra mejor que el gobierno central, y
sabía cómo actuar para que la economía de sus gentes no se hundiera. A ver si
nos vamos aclarando. Si los gobiernos abren la mano, es para salvar la economía
del todo el país, tan perjudicada en los últimos tiempos, pero apelan a la
responsabilidad de cada institución, de cada empresa, de cada local comercial
y, sobre todo, reclaman la responsabilidad de todos y cada uno de nosotros, porque,
aunque el final del estado de alarma es una realidad, la pandemia no se ha
acabado y el virus está ahí, esperándonos para hacer blanco en nuestras vías
respiratorias y llenárnoslas de ese miasma que puede acabar con nuestra vida. Y
si logramos curarnos, nos pueden quedar muchas secuelas físicas del orden de: fibrosis
pulmonar, fuertes dolores de cabeza, punzadas musculares, cansancio corporal, febrícula,
molestias respiratorias, tos persistente o residual, disnea, astenia o fatiga, hongo
negro y malestar general, amén de otras muchas. Y en cuanto a las secuelas
psíquicas, las peores son la depresión y la falta de ánimo y de proyectos de
vida. Algunas afecciones residuales no parecen tener una predilección por
sectores específicos de población, y aunque hay personas mayores afectadas,
últimamente, se está viendo enfermar a personas más jóvenes —de 40 años y aún
menores— en los que persisten las taquicardias y muchas molestias.
La
covid-19 no es una enfermedad conocida y tampoco lo son sus potenciales
secuelas. Además, no sabemos cuánto tiempo va a quedarse con nosotros; aunque
intuimos que no podremos erradicarla por lo pronto.
Tengamos
en cuenta que en el mundo se han contagiado cien millones de personas y ya van
cerca de tres millones de fallecidos. Esta pandemia está dejando a sus espaldas
una gran riada de muertes, de enfermos, de dolor y de quiebra económica y
laboral, difícil de cuantificar.
Ahora
se está hablando del covid persistente, ese que algunos enfermos no logran
eliminar y que los está torturando a diario, originándoles mucho sufrimiento y
bastante merma en su calidad de vida y en sus proyectos de futuro. Entre estos
enfermos no solo se encuentran los mayores, sino también los de mediana edad y
los jóvenes. Son personas que han padecido la enfermedad y no acaban de curarse
de la misma, presentando manifestaciones o secuelas persistentes una vez pasada
la infección, con síntomas graves o leves. Este hecho es una realidad cada vez más
común a medida que la pandemia avanza.
Seamos
muy prudentes para no contagiarnos, y pongámonos la vacuna cuando nos
corresponda, a ver si logramos pronto alcanzar la inmunidad de rebaño. Aunque
algunos tengan ya puesta la vacuna, deben continuar guardando todas las medidas
preventivas para evitar contagiarse y contagiar a los demás, porque, aun
protegidos por la vacuna, es posible esa eventualidad. Evitemos que en nuestro
país ocurra lo que está sucediendo en la India, en la cual los contagios son
muy abundantes y los fallecimientos, también. Además, están muriendo los
profesionales de la medicina, que tanta falta hacen. Los hospitales están
desbordados y les falta oxígeno y medicamentos para atender a los enfermos.
Muchos países ya les están enviando productos de este tipo para ayudarles a
combatir el virus. Esperamos que pronto podamos todos superar la pandemia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario