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Pegalajar, Jaén, Spain
Gracias por venir a recorrer estos senderos literarios que han brotado de una fontana silenciosa, sedienta de emoción y de calma. Gracias por leer estos poemas, por beber su aliento, por respirar su aroma, por destilar su esencia, por libar su néctar. Sabed que han brotado de un corazón anhelante que sueña con ser luz y ternura, primavera y sueño, calidez y verso. Mientras lo consigo sigo escribiendo, soñando, amando, enseñando, viviendo y cantando a la vida y al amor, al mar y a la tierra, a la tristeza y al llanto, al suspiro de la brisa y al deseo de los espejos, a la melancolía y a la nostalgia. La vida es como un poema que, en unas ocasiones, nos abre las puertas de paraísos ignotos, de hermosas praderas cuajadas de florecillas silvestres, de exóticos jardines, de luminosas estancias donde germinan los sueños y donde se gesta el amor, pero en otras nos aboca al temblor de los fracasos, al dolor de las heridas, al vacío de las ausencias, al llanto de las tormentas, al furor de las ventiscas, al horror de las contiendas y a la tupida oscuridad de una noche sin luceros. Espero que seas feliz mientras bebes agua de los manantiales de la poesía, de las fontanas del verso.

domingo, 27 de noviembre de 2022

RESEÑA DE MI NOVELA LA FURIA DEL VIENTO POR JOAQUÍN QUESADA GUZMÁN

 


 Encarna, he leído con mucha detención, por dos veces consecutivas, tu segunda novela y he vuelto a encontrar, igual que en la primera, valores narrativos positivos que merece la pena poner en valor. Tu relato, lleno de sencillez, con una prosa fluida y bien construida, tiene el encanto de lo cotidiano y a mí me ha transportado a muchos momentos de mi infancia.

 Consigues que la lectura de todo el relato sea realmente amena y te enganche desde el primer capítulo, lo cual debe ser un estímulo para ti. ¡Terminada la segunda novela, a comenzar cuanto antes la tercera!

 Estoy totalmente de acuerdo con lo que Adelaida afirma acertadamente en el prólogo:

          Describiendo el pasado y el presente de Elvira, personaje principal del relato, la autora realiza un interesante estudio de la sociedad rural de la comarca de Sierra Mágina en la segunda mitad de los años cincuenta y en la década de los sesenta del siglo pasado”.

          A través de la lectura de cada uno de los capítulos, me he visto transportado a la vida de Pegalajar y de mi propia familia en aquellos benditos años de mi existencia, llenos de vivencias que añoro y recuerdo con el mayor cariño. ¡Gracias por ello!

 Magníficas descripciones

          Antes de entrar en el comentario, que haré de la manera más objetiva y exhaustiva posible, de los distintos aspectos que, según mi criterio, hay encerrados en los referidos capítulos, me gustaría volver a resaltar las abundantes descripciones (que ya admiré en otros momentos), relacionadas con el tiempo y los distintos momentos del día (el amanecer, el atardecer y la llegada de la noche), que a mí personalmente me han vuelto a gustar mucho. Me recreo en dichas descripciones (un total de 120), como ya hice en tu primera novela, felicitándote por la perfecta construcción de las mismas:

1.      “La tarde empezaba a adolecer. En el cristal turbio del ocaso, atisbé la silueta de un varón que caminaba tambaleándose”.

 

2.      “El otoño estaba siendo lluvioso. Las nubes cubrían el espacio un día y otro, sin dar tregua a la bonanza ni al brillante colorido de las jornadas de sol. La lluvia traía frío y humedad y en las viviendas teníamos goteras”.

 

3.     “El frío se afianzaba en el entorno y las horas de luz solar eran cada día más escasas. Cuando el cielo estaba nublado, el ocaso se precipitaba sobre el pueblo al poco de salir de clase y nos abocaba a recluirnos en el hogar”.

 

4.      “El frío empezó a instalarse en el pueblo. El viento del cierzo soplaba con su gélida canción de inclemencia y helaba el vaho. Hubimos de recurrir a las prendas de abrigo”.

 

5.      “La Nochebuena llegó con cielos descongelados, ausentes de nubes y llenos de estrellas. Un frío glacial, aliado con el viento gélido, desolaba el pueblo y calaba los huesos. Había que abrigarse para salir de casa”.

 

6.      “Los días de invierno tocaban a su fin. La primavera empezó a hacer sus pinitos en el aire dulce de la tarde de marzo”.

 

7.     “El sol brillaba en lo alto del cielo esa tarde, como una incipiente brasa que aún no posee el vigor necesario para calentar en claves de plenitud, mas no hacía frío. El aire era agradable y acariciaba el rostro con su etéreo aliento”.

 

8.     “Los rayos del sol no acertaban a posarse sobre los nichos; tan sólo lograban acariciar los rojos tejadillos que resguardaban el lúgubre aposento de los muertos. Además, delineaban la verdinegra figura de los cipreses, que parecían silenciosos guardianes del cementerio”.

 

9.      “El sol continuaba su recorrido hasta el poniente y encendía de tintes escarlata las nubes caprichosas halladas a su paso. Al astro, aún le quedaba un buen tramo para besar las montañas”.

 

10.  “El sol rozaba los cerros por el poniente. La tarde empezó a apagarse con destellos de tristeza”.

 

11. “La noche extendía su toga de sombras por las calles del pueblo. El escaso alumbrado existente no alcanzaba a iluminar el espacio”.

 

12.  “Era noche cerrada y el cielo lucía un precioso manto estrellado”.

 

13.  “La luna menguante surgía por el este. Su amarillenta luminosidad atenuó mis miedos”.

 

14. “La lluvia había cesado. Pero, transcurrido un rato, el cielo comenzó a ensombrecerse de nuevo y por las ventanas apenas entraba luminosidad”.

 

15.  “La tarde se estaba apagando y el ocaso se afanaba por teñir las calles de oscuridad. Desde las montañas cercanas soplaba un viento fresco. El cielo se había nublado con tupidos nubarrones que amenazaban con desgarrarse en una cortina de agua”.

 

16.  “Me acerqué a la ventana y pude comprobar a su través la amable visión de una lluvia sosegada. Pronto dejaría de hacerlo, porque se estaban abriendo incipientes claros por los cuales se atisbaba el fulgurante resplandor de las estrellas. El viento arrastraba las nubes y éstas parecían disgregarse en la inmensidad del cielo”.

 

17. “Ya ha amanecido. La luz del alba, con su impulso estelar y milenario, penetra por las rendijas del balcón. Entre las sombras me encuentro mejor que a pleno día. Ellas me protegen y ocultan mi dolor en sus turbias brumas”.

 

18.  “La tarde era un latido de sosiego y el sol, una pincelada rojiza anhelando confundirse con la línea del horizonte. Un airecillo helado comenzó a soplar desde la sierra”.

 

19.  “A través de la ventana, se sentía el peso febril de las sombras. La noche cubría el ancho espacio con sus tenebrosas olas de negro raso. Algunas estrellas competían en esplendor con la placidez de la luna, que surgía con timidez por la cima de una montaña y empezaba a esclarecer el cielo”.

 

20.  “El cielo estaba ceniciento. Por el sur comenzaron a abrirse claros que dejaban ver el intenso añil lucido por el manto celeste”.

 

21.  “La tarde se apagaba. El sol había superado ya la línea del horizonte, pero aún lograba pintar de grana los escasos celajes que cubrían el lado del poniente. Lucía un sugestivo arrebol que invitaba a la nostalgia”.

 

22.  “El ocaso se desplomaba sobre el pueblo, colmando las calles de luz grisácea y mi alma, de pesadillas”.

 

23.  “La tarde se esfuma en la dependencia como la niebla en las manos del aire. La luz que entra por el balcón comienza a ser escasa”.

 

24.  “Al atardecer, mientras el ocaso desdibujaba la luz del sol y la noche intentaba precipitarse por los callejones, tía Leonor llegó a la casa muy apenada”.

 

25.  “Densos nubarrones vagan por la atmósfera, igual que ovejas descarriadas a las que no busca ningún pastor. Yo soy una de ellas. Estoy perdida en el bosque de mi existencia, en el paisaje árido de un desierto interno de grandes dunas”.

 

26.  “La tarde primaveral reflejaba en el aire el perfil de las colinas y el cielo lucía un añil tan intenso que alegraba el alma. Nos quedamos un rato disfrutando de la placidez y de la tranquilidad del paisaje”.

 

27.  “El azul del cielo comenzó a llenarse de esponjosas brumas, a modo de algodones, que se extendían presuntuosas restándole intensidad a la luz del sol”.

 

28.  “La tarde se debilitaba para dar vía libre al ocaso. Su luz se escapaba por los poros del aire. Se oscurecía la capa celeste y aparecían las primeras estrellas”.

 

29.  “La noche se apoderaba del espacio y las estrellas lucían todo su esplendor. Palpitaban jubilosas atrapando mis sueños entre sus brillantes manos”.

 

30.  “Unos tupidos nubarrones comenzaron a oscurecer el cielo y la noche se precipitó por las calles del pueblo. De improviso, una luz deslumbrante penetró por la ventana, que aún no estaba cerrada. A continuación, un estrepitoso trueno retumbó en nuestros oídos. Una descomunal cortina de agua inundó el espacio. A través del cristal, mi padre y yo contemplábamos la lluvia”.

 

31.  “Una luz desgarradora, el deslumbramiento cruel de un relámpago, penetró por una ventana alta”.

 

32.  “La mañana era tibia y agradable. El sol primaveral extendía sus brillantes rayos por las alturas y hacía guiños jubilosos en las riscas de las montañas. Resultaba un incipiente borrón granate, empezando a caldear el aire”.

 

33.  “Eran las seis de la mañana, pero la oscuridad aún reinaba en las calles. En el contorno de las montañas, se perfilaba ya una sutil línea amarillenta que anunciaba el alba. Pronto la blancura de la aurora extendería su manto de claridad en el aire”.

 

34.  “Desde primera hora de la mañana, tras las sierras contiguas al Almadén, situadas al este, apareció un sol anaranjado que desparramaba sus rayos por el cielo con total ausencia de reserva”.

 

35.  “Me levanté y me asomé a la ventana iluminada por una luna gigantesca, que pintaba trazos febriles por los tejados y reducía el brillo de los luceros. La noche primaveral palpitaba con ritmo sereno y transcurría con lentitud en un cielo de sutiles transparencias. El sosiego astral logró apaciguarme”.

 

36.  “La tarde palidecía sumergida en livianas sombras, que oscilaban en el aire dulce de la penumbra. Las estrellas empezaban a perfilarse en el gris plateado del cielo”.

 

37.  “En el cielo de la primavera despuntó la alborada. Luego se vislumbró un sol ambarino que deslumbraba los ojos infantiles. Sus tibios rayos inundaron las calles del pueblo”.

 

38.  “La tarde empezaba a abrir cauces hacia el declive de la luz y las sombras se aproximaban con paso seguro”.

 

39.  “El sol escapaba por el oeste. Parecía tener prisa para abandonar nuestras latitudes. La Charca estaba llena. Sus aguas transparentes reflejaban el añil del cielo y la vaporosa aglomeración de celajes”.

 

40.  “Los días continuaron pasando deprisa. El mes de mayo siguió floreciendo en intensidades y reflejándose en las perfumadas rosas de los jardines que rodeaban la Charca. El mes de junio entró tímido. El tiempo era dulce y agradable y las jornadas largas y soleadas, pero aún no se dejaba sentir el calor”.

 

41.  “Eran ya cerca de las doce de la mañana. El sol se propagaba por las cumbres celestes. Sus ardientes rayos vertían tintes cobrizos por las calles del pueblo. La primavera finalizaría en breve. Mientras tanto, el verano llamaba a las puertas del tiempo febril de las calimas. Nosotras buscábamos la sombra”.

 

42.  “La luz nacarada del alba anunciaba la llegada del sol, iluminaba los objetos con su tenue claridad y restaba intensidad a los colores”.

 

43.  “El domingo amaneció triste. El pueblo despertaba del sueño nocturno despacio y las gentes reanudaban sus tareas cotidianas. Con una grotesca melodía y arrastrando remolinos de polvo, el viento extendió por el cielo unos nubarrones oscuros que, en poco tiempo, lo cubrieron. No llovió en toda la mañana”.

 

44.  “De pronto, una ráfaga frenética de aire nos hizo refugiarnos en el portal de mi casa. El viento continuó soplando con su lastimera canción de furia. Enseguida empezó a chispear y después a llover con fuerza”.

 

45.  “Cansada de aguantar la lluvia, de ser bamboleada por el viento atroz y de atisbar la desgracia, la tarde se apagaba. Adolecía con dolientes gemidos de muerte y con espantosos ladridos de perros lejanos y rabiosos, que parecían vislumbrar la tragedia”.

 

46.  “Salgo a la terraza. El cielo luce un azul esclarecido en el cual apenas se divisan las estrellas, porque la luna creciente proyecta blancos rayos en todas las direcciones”.

 

47.  “El mes de junio tenía prisa por desaparecer del calendario. Las clases terminaron y dieron paso a las vacaciones. El calor, como una bocanada de bochorno y de celo, se instaló entre nosotros. Los días llegaron a su plenitud en horas de sol y luminosidad, y comenzaron a decrecer en beneficio de la noche”.

 

48.  “Durante todo el día, el calor se hizo sentir con insolencia. Llegada la tarde, empezó a soplar una suave brisa desde el Moroche y las sierras del sur, refrescando el ambiente estival”.

 

49.  “El aire era cálido y sofocante esa tarde. El sol se resistía a ocultarse tras las lejanas montañas. Se situó en las proximidades de la Serrezuela y lanzaba sus febriles rayos en todas las direcciones”.

 

50.  “Una luna grande y blanca, tan lustrosa como una hogaza de pan caliente, recién salida del horno, apareció cautelosa por los contornos de las montañas de Bercho. Con generosidad, tendía hilos de plata por las crestas rocosas”.

 

51.  “Dimos varias vueltas alrededor de la Charca, que estaba repleta de transparencias. La luna se reflejaba en su tranquila superficie y nos regalaba sonrisas mágicas con sus brillos luminosos”.

 

52.  “La noche avanzaba con paso sereno. La luna, en lo alto del cielo, con su luz anaranjada, lanzaba sus rayos por los rincones sombríos”.

 

53.  “La tarde era diáfana como el agua de la Charca, que nos regalaba su frescor en las minúsculas partículas acuosas que cabalgaban en las manos del aire”.

 

54.  “La oscuridad comenzó a extender su manto negro por doquier. Era el momento de regresar a casa”.

 

55.  “La suave brisa que soplaba desde las huertas nos refrescaba el rostro y nos daba aliento para cobijar las ilusiones que albergaban en nuestro pecho”.

 

56.  “El estío le daba un tinte festivo y gratificante a los días. El aire era más cálido y podíamos andar ligeras de ropa y de calzado. La vida cambiaba de color en ese periodo estival. Del verde primaveral de las plantas y de la variada gama cromática de las flores, pasábamos a los tonos rojizos y anaranjados intensos del verano. El sol era una fogata que calentaba los hornos de la calurosa estación y daba vigor a nuestros sueños infantiles. Los baños en la alberca de Dorotea resultaron fantásticos”.

 

57.  “Las primeras jornadas de aquel otoño fueron una prolongación del verano. Durante el día, el sol era una hoguera caldeando los campos con la fogosidad de sus rayos, pero las noches eran llevaderas. En el aire se respiraba un grato olor de productos hortícolas: pepinos, pimientos, tomates, berenjenas, calabacines y otras hortalizas que los agricultores cultivaban en las huertas, regadas con las aguas de la Charca, que corrían a través de las acequias y fertilizaban las tierras.

 

Los húmedos maizales aportaban un soplo de frescura y una nota de intenso verdor a quienes compartían la brisa propiciada por sus matas. A finales de septiembre, los calores veraniegos cedieron. Llegaron las lluvias con gratas cortinas de agua y refrescaron el ambiente. Octubre siguió la trayectoria de su precursor. El otoño, con sus tintes de oro y grana, acabó imponiéndose en el ambiente del pueblo”.

 

 

58.  “Al salir a la calle, vislumbramos la dulce magia de un magnífico atardecer de otoño. El sol ya se había ocultado y sus dorados rayos encendían la sutil esponjosidad de unas nubes elásticas que corrían presurosas hacia el poniente, dibujando en el cielo graciosas formas. Respiramos con ansia el aire fresco del crepúsculo y nos impregnamos del deleite singular propiciado por el anochecer”.

 

59.  “Al pasar por el parque, nos sorprendió una fresca ventolera que desprendía las primeras hojas secas de los árboles y las impulsaba a volar por el aire, ofreciendo un bello espectáculo y entonando una canción de melancolía. La Charca era un cristal esmerilado que tejía sutiles ondas en la superficie del agua, impelida por la furia del viento”.

 

60.  “Me levanté con sigilo y fui a la ventana. El viento continuaba silbando una canción siniestra que traía malos presagios en su textura. Las nubes eran tupidas y oscuras, dejaban claros al descubierto por los que se divisaban las estrellas, cuyo brillo resultaba deslucido y triste”.

 

61.  “El día era tristón. Unos densos nubarrones cubrían el cielo. Las nieblas comenzaron a descender y nos humedecieron la indumentaria”.

 

62.  “El corazón de la noche era un músculo patético y oscuro igual que un pozo sin fondo. Las nubes cubrían el espacio formando terroríficas figuras de seres deformes, tarados o monstruosos, que se agitaban con furia y parecían acelerar la siniestra canción del viento que soplaba en las alturas con su trágica danza”.

 

63.  “La tarde comenzó a menguar su luz para dejarse vencer por las sombras de la noche. Entonces comprendimos que era la hora de irnos”.

 

64.  “El sol acababa de rebasar la línea del horizonte, se escondía detrás de las sierras cercanas e iluminaba el aire con un pálido resplandor de ocaso. El ambiente resultaba fresco, soplaba un vientecillo alegre y frío que arrancaba las últimas hojas de los árboles y las hacía danzar al ritmo febril del crepúsculo. La Charca parecía un espejo brillante que se agitaba formando graciosas olas. Sus aguas eran una superficie ondulada, reflejando un cielo azul en continuo movimiento”.

 

65.  “A través del cristal pude ver un cielo negro cuajado de multitud de estrellas, cuya luz parpadeante me llenaba de inquietud y, a la misma vez, de una paz interior, difícil de cuantificar. Los astros me hablaban de un mundo extraordinario, de un universo sin límites, sin cotas y sin trabas y de la grandeza de su Creador.

 

Me conmoví con estos pensamientos y consideré la pequeñez de la persona comparada con tanta inmensidad. Vislumbré la insignificancia de mi yo y me estremecí”.

 

66.  “El día era gris y oscuro. El cielo estaba cubierto por unos nubarrones negros que incitaban a la melancolía y al miedo a los hechos trágicos”.

 

67.  “Aquella tarde no brillaba el sol. Los tupidos nubarrones que cubrían el cielo continuaban inamovibles. El viento no fue capaz de arrastrarlos. Seguían amenazando lluvia y frío, tragedias y sorpresas”.

 

68.  “Al salir a la lonja, seguimos apresurándonos porque estaba diluviando. Los sombríos celajes que durante el día nos impidieron ver los rayos del sol se desgarraron en una colosal cortina de agua. Soplaba un viento frío que nos helaba el cutis”.

 

69. “Adela y yo teníamos los pies mojados y los zapatos llenos de barro. La lluvia fue cejando en su empeño de empaparlo todo. Escampó poco a poco. Mientras el viento arrastraba a las nubes hacia otras latitudes, entonaba una canción de melancolía. Se abrieron varios claros en el cielo, que mostraba un azul oscurecido y anunciaba la proximidad de la noche”.

 

70.  “El cierzo traía en su tesitura bocanadas de aire congelado, que helaban hasta el aliento, y ecos de melancolía y congoja. En el frío seco de la oscura madrugada, los ladridos de los perros callejeros sonaban como ecos demenciales de ultratumba y acarreaban turbadores vaticinios”.

 

71.  “Nos quedamos un rato calladas y dando vueltas alrededor de la Charca. El agua era una balsa de sosiego en la que se miraban los últimos rayos del sol y las vaporosas nubes que jugaban en el cielo. Los árboles, desnudos de hojas, extendían sus ramas peladas, llenas de enlaces y conexiones, en el aire frío de la tarde. Aquellos ramajes se parecían a los dedos largos y delgados del esqueleto humano que teníamos en la escuela”.

 

72.  “El sol, cansado de alumbrar, desapareció del cielo. La tarde le hacía guiños al ocaso. Era la hora de recluirse en el hogar”.

 

73.  “La bombilla de la escuela proyectaba una luz amarillenta y débil, la cual no nos permitía ver la letra pequeña con precisión. A través de las ventanas, observamos cómo estaban cayendo pequeños copos de nieve, que poco a poco comenzaron a engrosar. Caían con lentitud, ingrávidos, danzaban unos segundos en el aire frío y se posaban en el suelo como blancos algodones. Los cristales acabaron empañándose”.

 

74. “Al separarnos, advertimos que estaba anocheciendo y tuvimos que apresurarnos. Las sombras se desplomaban sigilosas por los tejados de las viviendas. Al pasar por el parque, comprobamos que los árboles, desprovistos de hojas, agitaban sus ramas leñosas, repletas de nudos grises al ritmo de nuestros anhelos.

 

La Charca reposaba tranquila. Las aguas ahogaban en su interior las penas y sinsabores de los vecinos que depositaban la mirada en el ingente caudal para verter los sentimientos adversos. Aunque estuviéramos tristes, era una delicia contemplar su placidez y hermosura”.

 

75.  “El mes de febrero se estableció en la comarca de Sierra Mágina. Entró con frío y heladas, pero conforme avanzaba, iba dando aliento a mejores temperaturas”.

 

76.  “La noche se precipitaba por las calles lo mismo que una riada cruel de sombras gigantescas, convocando a la reclusión en el hogar. Las míseras bombillas de las esquinas no acertaban a iluminar el espacio”.

 

77.  “El mes de marzo se instaló en la localidad. El invierno cejó en su empeño de frío y heladas, dando paso al tiempo húmedo. Algunos días, un rato antes de que llegara la lluvia, el viento, con sus necias ventoleras, zarandeaba las ramas de los árboles, repletas de yemas, que esperaban la bonanza de la primavera para abrir la sutil floración”.

 

78.  “Las tres amigas juntas nos fuimos al parque. El tiempo era apacible. Había mucha gente jugando y comiendo chucherías. La Charca lucía un espléndido azul turquesa, reflejo del sol sobre la plácida superficie de las aguas.

 

Los árboles cuajaban despacio su efímera floración; las ramas estaban cubiertas del llamado en estas tierras, pan de pastor; la savia, aliada con el viento, pronto impulsaría el desprendimiento de los pétalos y el advenimiento de las hojas, que los adornarían durante algunos meses”.

 

79.  “En el cielo de la tarde, danzaban algunas nubes etéreas, que se teñían de oro y granate con el escurridizo sol de poniente”.

 

80.  “Cuando salimos a la calle, la noche se había adueñado del espacio. La oscuridad sólo se atenuaba con las débiles bombillas amarillentas ubicadas en las calles principales. Las sombras danzaban por los rincones jugando al escondite con las dudas que nos atoraban el pecho”.

 

81.  “Llegadas a la huerta, atisbé el amarillo de los jaramagos como una dinámica de rayos solares penetrando mi retina; el verde intenso de la hierba era una sucesión de esmeraldas a ras de tierra; el azulado de las campanicas, trozos de cielo agitándose en el aire y el rojo de las amapolas, una ristra de corazones meciéndose al compás de la brisa.

 

Los olivos resultaban gigantes, sacudiendo sus ramas en el contraluz febril de la tarde primaveral. Para mí y mis cálidas ensoñaciones, aquel entorno agreste era mágico y peculiar”.

 

82.  “Di a Juanita trozos de piedras porosas para jugar y me senté con ella sobre las toscas que formaban parte de una acequia. Por la misma corría un brazo de agua, que venía de la Charca, cuyas compuertas abrían cada día los regadores para refrescar los terrenos situados bajo su nivel. Olía a musgo, a hierbabuena y a ovas. El suave perfume de las plantas me abocó a permanecer soñando”.

 

83. 83.- “Los paisajes en escalera de las huertas, sembradas de habas o de cebada, con sus olivas de troncos retorcidos, adornadas de una incipiente floración e inclinadas sobre el poyato de abajo, desde aquella altura, se veían mejor”.

 

84. 84.- “Me asomé a la ventana y divisé una noche bella y oscura. Mirando hacia arriba, percibí el pálpito del mundo, latiendo en aquel bebé recién nacido que llevaba mi sangre, y vislumbré en el cielo un montón de radiantes estrellas, que me hacían guiños de felicidad y desplegaban sus rayos al compás de mi pecho”.

 

85.  “La noche lucía tintes sombríos. Las nubes, arrastradas por una fuerte ventolera, mostraban la apariencia de escurridizos fantasmas que deambulaban por un cielo turbio, ocultando en su interior espantosos presagios”.

 

86. “Aquella tarde vino Valeria a buscarme. Salí con ella y nos fuimos a pasear por el parque, cuyos jardines estaban llenos de rosales y éstos, cuajados de bellas flores que aromatizaban el ambiente y le daban al lugar calidad de paraíso. Había rosas de varios colores: amarillas, rojas, granates, blancas y sonrosadas.

 

En este entorno, yo me sentía igual que si estuviera en el Edén. Por el contrario, en el alma de mi amiga existía una tristeza de velatorio, que no lograba eludir”.

 

87.  “La tarde empezó a apagarse con visos ocres y cobrizos. El ocaso cubría nuestro corazón. Era la hora de volver”.

 

88.  “El sábado amaneció un día espléndido. Un sol brillante derramaba tintes resplandecientes sobre los campos. A medida que transcurrieron las horas, el cielo se cubrió de negras nubes impidiendo el paso de la luz y apagando mi corazón”.

 

89.  “Sentadas, vimos desfallecer la tarde. El sol ya había rebasado la línea del lejano horizonte. La Charca era una balsa de aceite. Observé el agua y atisbé en aquella superficie en calma un ingente demonio con cuernos, rabo y tridente. Las caprichosas nubes rojizas extendidas por el cielo, a modo de sutiles gasas, eran las responsables de la espantosa imagen. ¿A qué protagonista de tan lamentable historia representaría? Sería a mí, que conduje a un deficiente mental a una terrible trampa que podía resultar mortífera”.

 

90.  “En los árboles del parque, los pajarillos entonaban alegres gorjeos y ejecutaban nerviosos revuelos para despedir la luz del sol. Sin embargo, yo no estaba para cánticos celestiales ni para cadencias de felicidad”.

 

91.  “El apagón duró toda la noche. Tuvimos que cenar y acostarnos con la luz de la vela. En el momento de irme a dormir, miré a través de la ventana. La oscuridad era absoluta y el cielo estaba cubierto. Siquiera existía un diminuto hueco por donde pudieran asomarse las estrellas. Los perros ladraban en la lejanía de las sombras. Sus horribles aullidos presagiaban crueles venganzas y terribles catástrofes”.

 

92.  “La escasa luminosidad crepuscular sembró mi alma de dudas y de sinsabores y mi corazón, de miedo, resentimiento y malos augurios”.

 

93.  “La tarde exhibía un viso turbio y mostraba imágenes borrosas en su nebuloso cielo”.

 

94.  “La tarde parecía un balcón cerrado a la luz del día y abierto al ocaso, a la melancolía, al pánico y al llanto”.

 

95.  “A través de la ventana abierta, escuchamos tocar las campanas. Su sonido resultó un quejumbroso lamento para llorar la muerte de las hijas del pueblo y para convocar a los habitantes de la localidad al respaldo a la familia de las difuntas, a la reflexión y al rezo”.

 

96.  “Un sol ambarino asomaba por la montaña. Sus rayos vertían tintes dorados por el lejano horizonte y ensangrentaban los nubarrones que se extendían por el cielo”.

 

97.  “La luz difusa del ocaso penetraba a través de los visillos de la ventana”.

 

98.  “Cuando salimos a la calle, la noche se descolgaba desde las alturas para dar aliento a la oscuridad. Las sombras nos envolvieron con sus brumas tenebrosas. En lo profundo del alma percibí el sello deprimente del vacío, la huella de la muerte y una sensación de fracaso en mi propia existencia”.

 

99.  “La tarde se oscurecía cubierta por opacos nubarrones. El ocaso se precipitaba en el pueblo y engrandecía las sombras en las laderas de mi pecho”.

 

100.                   “La noche era dulce y placentera. Las estrellas brillaban en el cielo con gesto de complicidad para mi causa. Con sus acompasados movimientos, la brisa abanicaba mi alma. Su silbido suponía para mí una melodiosa nana, que sonaba en mis oídos en clave de armonía”.

 

101.                    “La noche era plácida. Por la ventana abierta, entraba una brisa suave que refrescaba el rostro e invitaba a la calma, pero yo no podía sumarme a esa serenidad. Tardé bastante en sosegarme. Los minutos sin descansar fueron para mí tan patéticos y dolorosos como alfileres clavados en el alma”.

 

102.                   “En la trayectoria de las jornadas hostiles, el otoño empezó a gestar su orgía de desapacibles ventoleras y de frescas lloviznas. Tocó los árboles de los parques con su soplo helado y cambió los tonos verdes de sus hojas por dorados opacos, rojizos apagados, ocres tristes, grisáceos deslucidos y marrones sin brillo.

 

103.                   Los paisajes, ausentes de calidez y de luminosidad acrecentaban el sabor agrio del tedio que me inundaba y daban vía libre a la melancolía”.

 

 “Las hojas de los árboles mostraban tonalidades rojizas, amarillentas y ocres. Estaban a punto de desprenderse de las ramas y comenzar la danza del otoño. Los gorriones se apresuraban en la ejecución de sus últimos gorjeos para despedir el día”.

 

104.                    “La tarde empezó a desangrarse tildando de rojo las nubes del poniente. De súbito, una ráfaga de viento silbó en las alturas y descendió vertiginosa hasta el parque de la Victoria entonando una destemplada melodía otoñal que arrastró muchas de aquellas hojas doradas, las cuales se desprendían presurosas y dolientes de las ramas de los frondosos árboles”.

 

105.                    “El sol estaba a punto de rebasar los límites del horizonte, hacía espejuelos desde su posición actual y tildaba de carmesí unas nubes decorativas que adornaban el cielo. El aire daba vía libre al crepúsculo. Empezaba a atardecer”.

 

106.                   “La noche se precipitó en el espacio con el ánimo de encerrar la luz del sol en el baúl gigantesco de la oscuridad. En lo alto del cielo, las estrellas me hacían guiños y me inculcaban aliento”.

 

107.                    “La oscuridad empezaba a precipitarse en los edificios igual que la ola gigantesca de un tsunami sobre la playa. Hacía mucho frío. La nieve cuajó en los rincones y en los tejados. Las calles estaban mojadas y escurridizas. La despedida fue tan triste como el reflejo de un rayo de luna enredado en las húmedas gasas de una noche antojadiza, porque ignorábamos cuándo volveríamos a vernos”.

 

108.                    “A través de la ventana, vislumbré cómo agonizaba la tarde. Estaba repleta de brillos encarnados y trazos de dolor y llanto. La noche empezó a desplomarse sobre la ciudad como un costal repleto de pesadas sombras”.

 

109.                    “Durante el viaje, miraba a través de las ventanillas. La magia del paisaje me estimulaba a sentir la vida en colores: el azul profundo del cielo, el verde penetrante de la vegetación en sus diversas tonalidades, el amarillo, el violeta, el anaranjado y el rojo de las florecillas silvestres me incitaron a soñar con Marcos”.

 

110.                    “El sol se ocultaba por el horizonte y la tarde bordaba nubes púrpuras de terciopelo en la cúpula celeste”.

 

111.                    “La tarde empezó a vestirse de sombras. La noche, agazapada en los callejones, anhelaba adueñarse del espacio”.

 

112.                    “El estío aún encendía sus hornos para desparramar luces y calimas por esas latitudes. Agosto apuraba sus jornadas veraniegas”.

 

113.                    “La tarde nos regala la plata de su luz en declive. El sol se ocultó hace un rato detrás de las montañas. Ahora delimita los contornos con su lápiz encarnado”.

 

114.                    “El ocaso ha desvanecido la luminosidad de la tarde. Vemos las casas y las calles a través del velo opaco del anochecer. En su fuga hacia la oscuridad, la luz acapara las sombras, las emborrona, las agranda y se pierde en ellas para dar vuelos a la noche”.

 

115.                    “A través de la ventana, veo la noche derramarse por las calles con la misma presteza con que el agua de la Charca se vierte en las acequias para regar las huertas y los olivares”.

 

116.                    “El cielo, cuajado de misteriosas brumas, es tan inmenso y enigmático como el mar de olivos de nuestra tierra. La suave brisa de finales de primavera refresca mi rostro. Los edificios duermen tranquilos. El silencio se interrumpe con el ulular de una lechuza en la lejanía. Atisbo los revoloteos de los murciélagos trazando líneas invisibles en el aire opaco de la noche”.

 

117.                    “Por el naciente se recortan las siluetas del Almadén y de las sierras colindantes en tonos azafranados. La luz blanca de la mañana me produce un sucinto bienestar; es una claridad frágil acompañada de un aire fresco que estimula el ánimo y elimina la pereza”.

 

118.                    “En los corazones de mis amigos late el deseo de pasear por el parque. Durante el trayecto, recordamos los tiempos de nuestra infancia: en la época estival, y a estas horas de la mañana, los labradores con sus bestias volvían de regar y de cultivar la huerta y las olivas.

 

Despedían un aroma intenso a hierbas silvestres, a hortalizas y a esfuerzos corporales: respirando el olor dejado a su paso, parecía que uno mismo se encontraba inmerso en ese lugar”.

 

119.                    “Los árboles, testigos de nuestros juegos infantiles, están aquí. En sus ramas revolotean felices los pajarillos y entonan alegres trinos para saludar al nuevo día, cuyo sol nos hace guiños entre las hojas verdes. La Charca está llena de agua”.

 

120.                   “Paseamos alrededor de la Charca sin dejar de contemplarla. Es un espejo sosegado que refleja el cielo, una desbordante claridad líquida que nos cautiva. Luce un turquesa tan penetrante que enamora”.

 

121.                    “Los rayos del sol penetran en el agua e irradian brillos amarillentos en la superficie ondulada. Una brisa amable empieza a soplar peinando con suavidad las ramas de los árboles y acariciándonos el rostro”.

 

         Después de esta larga introducción sobre las preciosas descripciones anteriores, es mi deseo opinar sobre algunos de los aspectos, llenos de sencillez y de una gran humanidad, que he encontrado en “La furia del viento”. Al final, intentaré realizar un breve resumen de importantes valores encontrados en los distintos capítulos de tu novela.

 

1.- Nuestro pueblo

 

         Hay un poema de Francisco Almagro, titulado “La fuente”, que me gusta muchísimo y he recitado continuamente, a tiempo y a destiempo, tanto en el colegio, como en el instituto y en el centro cultural con motivo de las “semanas del mayor” organizadas por el equipo de Cáritas de la parroquia.

 

También me lo he recitado a mí mismo en distintos momentos de mi vida, recreándome en la verdad de su contenido. El poema, tras comparar los ríos con las fuentes, dice primorosamente sobre estas últimas:

 

“La fuente es donde nacimos

y vimos la luz primera,

donde cien veces reñimos

en la calle y en la escuela

para seguir siendo amigos.

Yo a mi fuente volveré

cuando se acerque el final,

                                      porque allí canté y lloré

                                      y allí quiero terminar

                                      la vida que allí empecé.

                                     Nada me importan los ríos

                                      que van corriendo hacia el mar.

yo me iré junto a los míos,

                                      cuando para caminar

                                      me estén faltando los bríos”.

 

         ¡Qué bien describes tú esta misma verdad al comienzo del segundo capítulo! (sin duda alguna uno de los fragmentos que más me ha gustado de todo el relato):

 

         “Los lugares donde vislumbramos la luz primigenia del alba, en donde abrimos los ojos por primera vez al mundo y en los cuales vivimos la infancia, siempre habitan en nuestro interior, alimentando la vida, los deseos y la nostalgia amable.

 

         Se ocultan en los recovecos del corazón y van dando alientos a la existencia cotidiana. Son el motor de la misma, unidos a otros que revistieron de ilusiones la adolescencia y la juventud.

 

         Nos dejan recuerdos cordiales de juegos, amores, afectos, experiencias, rutinas, anhelos y travesuras infantiles, de los sueños que un día despertaron en el pecho y nos afanamos en perseguir, de las amistades con quienes compartimos las vivencias, de los triunfos y de los fracasos pueriles y, en definitiva, de las heridas del alma que aún necesitan remedios paliativos”.

 

         ¡Imposible definir mejor nuestro pueblo, nuestra fuente! He aquí el primer aspecto de tu novela, que aparece en todos y cada uno de los momentos del relato, llenando de recuerdos mi alma y la de todos los que hemos tenido la suerte de nacer pegalajeños. ¡Gracias de nuevo!

 

2.- La familia

 

         Totalmente entrañable la familia de Elvira, formada por los seis miembros que tan acertadamente describes:

 

         “Papá, un campesino que cultivaba los olivares de sus progenitores y tenía a su cargo varios jornaleros; mi madre, ama de casa; el abuelo y tres niñas: Claudia, la mayor; Juanita, la más pequeña, y la mediana, una servidora, Elvira”.

 

         Quiero detenerme, de manera muy especial, en cuatro miembros de la familia:

 

         Elvira.

         Juanita.

         Claudia.

         El abuelo.

 

         Las figuras del padre y de la madre aparecerán dibujadas en los retratos de sus tres hijas e incluso en la del abuelo.

 

3.- La escuela

 

         La escuela unitaria y sexista a la que asisten Elvira y sus amigas está presente durante toda la narración. ¡Cómo me he visto transportado a la que asistimos mi hermano y yo! ¡Cuántas vivencias comunes, coincidentes con las que narras con todo lujo de detalles, vividas por mí antes de marcharme al Seminario!:

 

Las jornadas, cantando villancicos para acompañar a María y José camino de Belén; las “flores” dedicadas a la Virgen durante todo el mes de mayo; la leche americana que bebíamos en nuestros jarrillos de lata durante las mañanas de invierno; las lecciones aprendidas en la enciclopedia Álvarez; los juegos diarios con la comba (a la barca y al duble) y otros entretenimientos diarios como el pañuelo, el corro, el colache, la pita, el plumero, el trompo, las bolas, etc.

 

¡De nuevo mi agradecimiento sincero por hacerme recordar aquellos años felices de mi infancia!

 

         He aquí dos fragmentos sueltos de esta escuela, dirigida por una gran maestra, a la que has dedicado muchos momentos del relato:

        

“La mayoría de las niñas asistentes a la escuela se marchaba a los doce años para ayudar a sus padres en las tareas domésticas y en la recolección de la aceituna. Otras se iban a los diez: tenían que cuidar de sus hermanillos y de los ancianos de la familia o entrar de aprendizas en un taller de costura. A otras las ponían a servir en casas de los pudientes, aunque sólo fuera por la manutención. La escasez de recursos en muchos lugares del pueblo era desoladora”.

 

         “La mayoría de las alumnas de la escuela procedía de familias muy humildes. En sus domicilios se malvivía de forma habitual. Algunas compañeras iban a clase sin tomarse el desayuno, a causa de la gran escasez habida en los hogares.    La maestra, a la hora del recreo, daba a varias niñas alimentos que cogía de su propia despensa”.

 

         Basten los dos fragmentos anteriores para dejar retratadas las circunstancias de la escuela que vivimos mis hermanos, yo y tú misma. Podía haber escogido otros muchos, pero baste con éstos.

 

 

Sólo deseo dejar constancia de la figura serena de doña Lola, la maestra, preocupada siempre por sus alumnas, a algunas de las cuales, como ha quedado reflejado anteriormente, alimentaba durante el recreo, dada la miseria reinante en el pueblo.

 

         Doña Lola deja en buen lugar al docente de aquellos años de posguerra, distanciándose muy mucho de algunos maestros de niños de aquel entonces, convencidos de la necesidad de llevar a la práctica el dicho popular de que “la letra entraba con sangre”.

 

De todos modos, honor a todos aquellos maestros y maestras de nuestra infancia que nos educaron y nos enseñaron a leer y a escribir, a pesar de las circunstancias adversas y de las dificultades que entrañaban las escuelas unitarias.

 

4.- Las amigas

 

         Primera descripción de Dorotea, Adela y Valeria:

 

         “En la escuela encontré a mis mejores amigas: Dorotea, la hija del médico del pueblo. Su atuendo y sus enseres escolares causaban admiración y envidia a las alumnas de mi clase, incluida yo. A mí me hubiera gustado poseer sus juguetes, lucir sus vestidos, calzar sus zapatos y leer todos sus libros.

 

Después, Adela, la hija de una familia pobre. Su madre estaba sirviendo en la morada de unos señores ricos de la localidad para sacar a los suyos adelante y su padre trabajaba en el campo cuando le avisaban.

 

Y Valeria, una niña prudente y singular, hija de un empleado del ayuntamiento y de una mujer con bastantes recursos y habilidades humanas”.

 

Las cuatro amigas aparecen desde el principio hasta el final de la narración, llenando el relato con sus diarias aventuras. Quiero detenerme en Elvira y su relación con Marcos, y sobre todo en la figura de Adela, perfectamente caracterizada por ti, dado su especial temperamento y las difíciles circunstancias económicas vividas por ella.

 

Aparco un poco a Dorotea y a Valeria, aunque también ellas serán protagonistas en algunos de los fragmentos que aparecen más adelante.

 

 

5.- Marcos y Elvira  

 

         En primer lugar, detengo mi atención en el gran amor vivido entre Elvira y Marcos:

 

         “En París comencé una segunda vida, viviendo en plenitud el amor con mi querido Marcos, que me amaba con locura, de la misma forma que yo lo amaba a él”.

 

         Pero, en las relaciones amorosas de todos los matrimonios, surgen a menudo momentos de discordia:

 

         “Aquella etapa de paz dio vía libre a otra menos pacífica en la que debíamos abordar muchos problemas cotidianos. Entonces aparecieron las brumas de la discordia, con altercados y discusiones diarios”.

 

         El amor, en su pureza más genuina, queda redactado por ti en el momento del accidente de Marcos y muy especialmente tras su sentida muerte.

 

         ¡Qué bien recoges los sentimientos de Elvira al perder a Marcos!:

 

         “Me siento desligada del universo, sola y hueca por dentro. Soy una rama desprendida de un árbol que ha perdido sus vínculos con la naturaleza, porque ya no corre por sus venas la savia que la unía al tronco para mantener las hojas verdes e impulsar nuevos brotes”.

 

         “Los días son para mí un suplicio, una corriente continua de aguas turbias, un caudaloso río arrastrando, en su vertiginoso fluir, lo que soy ahora, mis penas, mis desencantos y mis fracasos.

 

Ya no tengo alegrías ni anhelos de prosperidad ni sueños. Los tuve cuando Marcos estaba conmigo y éramos felices. En este tiempo cruel, la existencia se me ha convertido en una pendiente demasiado empinada, la cual me cuesta subir”.

 

         Y, junto al recuerdo permanente de Marcos, el de su familia:

 

“El recuerdo de Marcos da vueltas en mi cabeza y se mezcla con otros de mi infancia. Mi familia aparece en la película que visualizo ahora. Sus miembros desfilan ante mis ojos con una gracia singular. Deseo continuar al lado de todos ellos porque iluminan mi vida de una manera muy especial”.

         También hay otros amores que quedan reflejados a lo largo y ancho de la narración: el de los padres de Elvira y el de la tita Leonor con Enrique, que nos hacen reflexionar sobre este aspecto tan importante de la vida humana.

 

6.- Adela

 

         Perfectamente caracterizada, se convierte en una de las figuras principales de todo el relato.

 

         La escasez de recursos y de miseria auténtica queda reflejada muy bien en esta especial amiga de Elvira, que vivía en una de las muchas cuevas del pueblo junto con sus padres.

 

         “Te he traído estas perras gordas para que puedas comprarte el cuaderno y los lápices que necesitas”.

 

         “La familia de Adela es pobre, la mujer está sirviendo y cobrará una miseria.  El hombre está siempre en la taberna”.

 

         “Yo sabía que Adela era una niña problemática, a veces descarada, arisca y agresiva, pero ostentaba una potencia interior y una desenvoltura de las que carecíamos las demás. Su vida resultaba más difícil que la de todas nosotras. Sus circunstancias familiares eran muy complicadas”.

 

         Doña Lola me decía:

 

         “Adela está pasando un mal trago y tenemos que ayudarle a superarlo. Tú eres su mejor amiga. No la dejes y sé comprensiva con ella. Si notas algo raro en su conducta, infórmame para poder socorrerla”.

 

         “Aseveré con la cabeza. Yo también me preocupaba por Adela. Era desenvuelta y hábil, pero su situación familiar resultaba complicada. Siempre parecía enfadada por algo, como si la existencia para ella fuera como un continuo resbalón en el fango y, en algunas ocasiones, cayera y se llenara de lodo.

 

Miraba la vida y los sucesos con aires de indiferencia y cotidianidad, igual que si tuviera experiencia en todo o estuviera de vuelta de esas vivencias. Andaba buscando pelea con las compañeras a menudo. ¿Sería esa actitud una respuesta y una vía de escape a sus problemas? ¿Qué le estaría sucediendo?”

 

         “Adela, con su astucia y su gran curiosidad de siempre, lograba enterarse de todo. Andaba por el pueblo y recogía chismorreos de acá y de allá y, como era tan sagaz, acababa averiguando los más enrevesados sucesos. Luego los cotilleaba por doquier para dárselas de importante. Tal vez eso lo utilizaba a modo de recurso de defensa eficaz para salvaguardar sus múltiples carencias y penalidades”.

 

         “Cuando el facultativo entró en la cueva de Adela, observó manchas de sangre oscurecidas por la humedad. El cuerpo de su madre, sin vida, estaba tirado cerca de la entrada. La hija se abrazó a ella hecha un mar de llanto, de gemidos y de descontrolados gritos. Al padre, huido, no lo vieron por ningún sitio” (después será encontrado muerto tras un accidente).

 

         “El pueblo se hallaba revolucionado con este suceso. Las gentes hablaban con mucha pena de esa niña, casi adolescente, que había perdido a su madre de una forma tan dramática, mientras el padre huía de su hogar”.

 

         “La vida había lanzado a Adela a la oscuridad más absoluta, al temporal más turbulento y al abismo más profundo. Quienes la amábamos debíamos conseguir que se abrieran las ventanas de su pecho y que la luz iluminara de nuevo su existencia. No obstante, habría de pasar algún tiempo para que cicatrizaran sus heridas y sanaran sus llagas”.

 

7.- Juanita

 

         La niña, inocente y desvalida, ocupa muchos momentos de la novela. La preocupación de toda la familia, para que fuera feliz y no sufriera, constituía el principal anhelo de sus padres, hermanos y abuelo.

 

         “A Juanita la cuidábamos entre todos. Al salir yo de la escuela, debía encargarme de ella y sacármela a jugar”.

 

“Todos tratábamos a la niña, como solíamos llamarla en la familia, con un cariño exquisito, que yo solía imitar, no por imposición ni por miedo a los regaños, sino porque Juanita era un ser muy entrañable para mí.

 

Cuando estábamos en casa y me tocaba cuidarla, me dedicaba a enseñarle canciones, retahílas, adivinanzas y juegos, que ella asimilaba despacio y acababa aprendiendo”.

 

         “Yo disimulaba en la escuela para que mis compañeras no advirtieran que Juanita era un caso especial, aunque ellas lo sospechaban. En mi casa no decía nada, con la idea de que mi familia no sufriera”.

 

         “Doña Lola, la maestra, le comentó al inspector que mi hermana padecía retraso mental, de ahí sus dificultades para asimilar las enseñanzas. Él le aconsejó sobrellevarla y respetar su ritmo de aprendizaje, sin hacerle imposiciones”.

 

         “Juanita corría alrededor del banquillo donde estábamos sentadas. Su rostro era el vivo retrato de la felicidad. En su inocencia, ella era quien más se divertía”.

 

         “La vecina trajo a Juanita nada más a entrar en casa. La pequeña empezó a repartir besos y abrazos, risas y gestos graciosos a diestra y siniestra. Su alegría nos ayudó a obviar por un rato las penas que nos oprimían; su inocencia y su candor nos cautivaron”.

 

         Al final daré mi opinión sobre el cariñoso trato que recibe Juanita por parte de los distintos miembros de su familia.

 

8.- Claudia

 

         Las especiales relaciones entre Elvira y su hermana Claudia están magníficamente retratadas. Sobre todo, llama la atención la perfección con la que dejas escrito el carácter de esta última.

 

         “Quise responder a la opresora, pues no soportaba ya su tiranía. Estaba harta de sus intransigencias y del despotismo con el que me trataba. Sus exigencias no podía ya soportarlas”.

 

         “Aunque lo mejor sería obedecerla para evitar discusiones, me atrevía a enfrentarme a Claudia, insultándola. Eso era demasiado. En posición fetal esperé temerosa su réplica, que no tardó en llegar. Me dio un codazo en la espalda que me cortó el hálito, mientras rezongaba”:

 

         “Niñata, no me insultes ni me desafíes, que lo puedes pagar muy caro”.

 

 

 

         “Claudia no quería ni salir con Juanita ni quedarse con el abuelo. Prefería irse con sus amigas. A mí me gustaba más irme, pero si tenía que cuidar al abuelo, me resignaría. Lo echamos a suerte y me tocó salir. Mi hermana gruñía y maldecía sin parar”.

 

         “El dinero había desaparecido y pensé decírselo a mi madre, pero recordando las amenazas proferidas contra mí tantas veces, desistí de mi propósito.

 

Si ella las ponía en práctica, aunque yo me chivara de lo suyo, saldríamos las dos perdiendo. Reflexioné acerca de la manera de vengarme de la tirana. Por el momento, no hallé ninguna”.

 

         “Escuché a mis padres susurrar bajito, resaltando el mal comportamiento de Claudia desde que tenía uso de razón, su carácter fuerte y en ocasiones violento, lo desobediente y despótica que se mostraba.

 

         Mi madre afirmó que era un castigo por no haber advertido, en su día, las malas intenciones de aquel malvado, cuyo espíritu estaría achicharrándose en el infierno” (al final descubriremos que Elvira y Claudia sólo eran hermanas de madre).

 

9.- El abuelo

 

         Totalmente entrañable la figura del abuelo, tratado con mimo y cariño por toda la familia, muy especialmente por Elvira.

 

         “El abuelo nos contaba cuentos e historias de su vida para distraernos. Sus relatos despertaban mi curiosidad infantil y me ayudaban a soñar en un mundo de fantasía donde el débil vencía al fuerte valiéndose de su habilidad y de su experiencia, y los animales hablaban y tenían propiedades humanas. Al final, siempre ganaba la bondad y la clarividencia”.

 

         “El abuelo nos incitaba a aprovechar el tiempo de la escuela y a aprender lo que la maestra nos enseñaba”.

 

         “Vengo a cuidarte, abuelo. Mi madre no puede subir ahora – susurré, antes de estamparle en la mejilla un beso que él correspondió con otro”.

 

         “Le di un analgésico y un vaso de agua. Apagué la luz, me puse a su lado y le cogí una mano para manifestar mi presencia. Estuve allí hasta que se durmió”.

 

         “Juanita y yo nos dirigimos a la escuela y Claudia se fue al taller de costura. El abuelo se encontraba mejor y se quedó levantado. Mi hermana y yo le ayudamos a vestirse y a sentarse en el sillón”.

 

         “Transcurrido el verano, la salud del abuelo se deterioró. Algunos días no quería levantarse y cuando lo hacía, se negaba a salir a la calle. Pasaba el tiempo sentado en su sillón. Con el avance del otoño, fue debilitándose aún más. Se volvió dependiente en cualquier actividad. Algunas veces, yo me quedaba con él haciéndole compañía”.

 

         “Me abracé al abuelo llorando y permanecí con la cabeza en su hombro un rato. Oía el ritmo lento de su respiración y notaba el pálpito de su pecho. Tales percepciones llenaban mi alma de paz”.

 

         “Comprendí que la vejez es muy triste y que a nuestros ancianos debemos darles mucho cariño. Si tienen familia o alguien para cuidarlos y atenderlos, toleran mejor su situación. Pero, si están solos y no hay nadie para ocuparse de ellos, el tema es mucho más patético y desolador”.

 

         “Llegué a la conclusión de que las tristezas y las alegrías son entidades opuestas que las personas experimentamos a diario, forman parte de la misma esencia individual y están integradas en la legítima identidad humana.

 

         No existe ni la felicidad plena ni la melancolía continua. La vida es la imagen de la plenitud en este mundo y la muerte, la carencia de todo. A las agujas del reloj de mi abuelo le quedaban aún bastantes vueltas que dar por su esfera, aunque estuvieran ya un poco oxidadas”.

 

         “Al conocer la muerte del abuelo, me quedé paralizada y mi corazón se estremeció. Las lágrimas acudieron a mis ojos y los inundaron como una riada adversa.

 

         Intenté recordar al abuelo vivo y conversando con nosotras, contándonos historias y cuentos que nos hacían reír, soñar e imaginar mundos mágicos y fantásticos y sucesos maravillosos. Entonces una sonrisa amable anidó en mis labios. Procuré que este recuerdo feliz llenara mi corazón, para que Juanita estuviera contenta y no advirtiera nada raro. Después no pude evitar las lágrimas y la pena inundó mi alma”.

         “Mirando al abuelo inerte y desprovisto de aliento, entendí que la vida era un camino árido que nos conducía a la muerte sin remedio: nacer, crecer, reproducirse y morir. Ésas eran las características de los seres vivos, que estudiamos en la escuela a principios de curso. Entonces no comprendí el mensaje que encerraban esos verbos en todo su significado y amplitud.

 

         Mi abuelo ya había hecho ese recorrido. La muerte lo había apresado con sus siniestros dedos de sombra y ya había acabado su trayectoria en este mundo”.

 

         “Para su bien, el abuelo sólo atesoró cariño. Él seguiría viviendo en nuestro corazón mientras nosotros conserváramos la vida”.

 

10.- Josele

 

         La figura de Josele aparece en muchas ocasiones a lo largo del relato. Su carácter y su manera de ser están muy bien reflejados y son otro importante logro de tu novela que quiero valorar.

 

         Precisamente, el joven afeminado, denostado por todos, es la persona sensata que prestaba siempre su acertado consejo a Elvira, que se desenvolvía con soltura en todas las materias, y ampliaba diariamente sus conocimientos, su madurez y su formación leyendo cualquier libro o periódico que cayera en sus manos.

 

         En ocasiones se burlaban de él, tratándolo de marica.

 

         “Me contó papá que, cuando Josele se fue de la barbería, empezaron las risitas, las burlas, los comentarios y los cotilleos sobre el muchacho. La mayoría de los presentes lo despreciaban por ser afeminado. Unos decían que era una enfermedad; otros, una inclinación morbosa o una manera de ser, de pensar y de actuar viciada. También se atrevieron a aconsejar a mi padre que no me permitiera juntarme con él, pues podría perjudicarme”.

 

         Mi padre, sin embargo, me decía:

 

         “Este joven nació así y hay que aceptarlo y quererlo como es”.

 

         “Agradecí a papá su opinión sobre Josele. Añadí que era comprensivo, amable y generoso y siempre estaba dispuesto para arrimar el hombro.

 

Conmigo actuaba de ese modo desde que le conocí. Me ayudó muchas veces. Mi padre lo comprendió enseguida y me aconsejó hacer yo otro tanto”.

 

“Noté la necesidad que tenía Josele de hablar conmigo y me dispuse a escucharlo. Me contó que tenía problemas en la escuela con algunos niños, que siempre estaban burlándose de él por su inclinación sexual. Le aconsejé no dar curso a esas burlas y, si los compañeros seguían molestándolo, comunicárselo al maestro, que era el encargado de poner orden en la clase”.

 

“Desde el momento en que Josele me contó que tenía dificultades en la escuela, yo andaba inquieta por él. Siendo un muchacho tan generoso y comprensivo con los demás, sus camaradas no tenían compasión de él.

 

Era un amigo entrañable que siempre estaba ahí para ayudar. Hacía reír al grupo y, por si esto era poco, era muy inteligente y estudioso. A todos los que nos juntábamos con él nos daba vueltas en conocimientos, en prudencia y en madurez. Era un adulto encarnado en un adolescente. Él no merecía el trato vejatorio y las bromas pesadas de sus compañeros”.

 

“El mundo es injusto. Deja que los que siembran la paz, el amor, la amistad, la generosidad y tantas virtudes sufran la incomprensión y el desdén de sus semejantes y sean ignorados por los adultos, que deberían salir en su defensa. Aquella sociedad permisiva, machista y selectiva tenía mucha culpa de esas conductas nocivas y absurdas que la población infantil y adolescente desarrollaba”.

 

“Tumbaron a Josele en el suelo y lo amarraron por las manos a un pino. Cuando intentaba moverse o forcejeaba para escaparse, alguno de los sayones le ponía un pie en el estómago y apretaba hasta hacerle gritar de dolor.

 

Le abrieron la bragueta y procedieron a restregarle ortigas en sus partes íntimas y a burlarse del tamaño de su pene. Mostraron los suyos, que se estiraron al manipularlos. Desinhibidos, se masturbaron y eyacularon sobre la víctima. Luego, le echaron varios puñados de tierra en los genitales y algunos se mearon encima.

 

No contento con lo hecho, el más chulo de aquellos bárbaros sacó una navaja y dijo que iba a caparlo. Le taparon los ojos y la boca con unos pañuelos para que no pudiera ver ni gritar”.

 

“Una vez en casa, se cortó las venas con una cuchilla a la altura de las muñecas. Prefería morir a ser capado por aquellos o por otros malhechores, de esos que abundaban en el mundo y tanto odiaban a los homosexuales, a los que llamaban con rencor y de manera burlesca maricones y mil nombres despectivos.

 

Los padres se apresuraron en vendar las muñecas del muchacho para que no se desangrara y lo llevaron al hospital de Jaén, donde estuvo varios días ingresado luchando entre la vida y la muerte”.

 

“Cuando Josele regresó a su hogar, la vida se transformó para él en un suplicio. No iba a la escuela porque temía encontrarse con los que le hicieron tanto daño y no salía a la calle por la misma causa”.

 

“Los padres pensaron que su hijo debía cambiar de aires para que su espíritu se abriera al mundo y advirtiera la existencia de otros lugares donde se podía vivir en paz y en los cuales las gentes respetaran las diferencias individuales. Desplazados a Jaén, Josele encontró en su nuevo instituto un profesorado que daba ejemplo de tolerancia y de comprensión al alumnado”.

 

Un dicho popular del director podía hacer cambiar su vida:

 

“En la diversidad de culturas, razas, lenguas, religiones, etnias, caracteres y rasgos personales está el equilibrio y la alegría de este mundo, en el cual no hay dos seres iguales”.

 

11.- Las titas

 

         Entre el completo estudio de caracteres que realizas a lo largo de toda la novela, hay que mencionar de manera muy especial a las dos titas de Elvira (las “Vinagre”). En los siguientes fragmentos, algunos de sus rasgos:    

 

         “Cecilia y Ramona habían desdeñado a bastantes novios, al creerlos de inferior categoría a la suya. Los que a ellas les gustaban ponían sus ojos en otras mujeres de clase superior. Las gentes decían de ellas con sarcasmo: los de a pie no llegan a su altura, y los de a caballo se pasaron de largo, y ahí están ellas solteronas, viejas, hurañas y solas”.

 

         Claudia, que no las tragaba, solía comentar:

 

         “Por lo roñosas, lo catetas y lo antipáticas que son, no hay ningún hombre que quiera casarse con ellas”.

 

         “Tía Leonor estaba llorando. Afirmaba que la pretendía un muchacho y sus hermanas no querían saber nada de él.

 

Exponían varios argumentos para rechazarlo: su clase social no se correspondía con la nuestra, poseía un nivel cultural muy bajo y carecía de modos y maneras, era forastero y no se conocía su ascendencia y la mayor parte del tiempo vivía en la sierra cuidando el ganado”.

 

“Dos individuos decían venir a nuestra casa enviados por Cecilia y Ramona para llevarse los mulos, alegando que eran de su propiedad. Mi padre se oponía a dárselos, alegando que también eran de la suya porque la herencia de los abuelos aún no se había repartido.

 

La reacción de las titas supuso un trauma para nosotros, sobre todo para papá, que jamás esperaba tan vil reacción por parte de aquellas a quienes siempre había respetado y querido porque eran sus hermanas mayores.

 

Su rostro expresaba tristeza, desolación, pesimismo y rabia contenida. Siendo un agricultor que vivía con desahogo de sus rentas, las tías lo desposeyeron de las fincas rústicas para labrar y recolectar, y también de la casa para disfrutar de la misma”.

 

“Las tías son dos brujas – farfulló Claudia, mientras su madre le contestaba”.

 

“Por favor, niña, ellas son sus hermanas. Aunque lo hayan hecho tan mal con nosotros, no debemos criticarlas ni insultarlas”.

 

“Desde que sus hermanas arrebataron los mulos a mi padre y lo despojaron de las tierras de labor, él estaba desubicado y triste. A veces se iba al campo para ver los olivares y comprobar cómo realizaban los arrendatarios la labranza de las fincas. Siempre volvía decepcionado”.

 

“Alguien le contó a mi padre que las tías no habían visto con buenos ojos su trabajo en la frutería. Comentaban que estaría a las órdenes de su mujer, que era muy dominante. Se burlaban de él alegando que, de ser el dueño de las fincas, había pasado a ser un asalariado, un verdulero al mando de una doña nadie, dependiendo siempre del capricho de la clientela.

Papá, sin atisbo de rencor, se reía de semejantes cotilleos. Los juzgaba propios de corazones enojados. Decidió no llevar cuentas de las malas palabras salidas de la boca de sus hermanas”.

 

No recojo la paliza que dieron a Enrique, ni otros momentos relacionados con ellas, para no alargar demasiado este resumen. Resulta difícil averiguar la razón última que pueda explicar el carácter de Cecilia y Ramona y su manera de comportarse. Tal vez la razón se encuentre en la siguiente reflexión de Claudia, después de haber registrado en los cajones de la cómoda:

 

“Las ropas que encontramos debían formar parte del ajuar de las tías y estaban sin estrenar porque ninguna de ellas se había casado. En el interior hallamos un manojo de cartas atadas con una cuerda trenzada con hilos de lana”.

 

“La letra de la primera carta, plagada de faltas de ortografía, hablaba de un gran amor de tía Ramona. Un cariño pasional que deseaba llegar a la plenitud y usaba un lenguaje íntimo y erótico. Un amor desatado y sensual que disfrutó de pocos encuentros y de ninguna satisfacción carnal porque los novios nunca podían estar a solas. Siempre eran vigilados por tía Cecilia, que se oponía al noviazgo.

 

Impunemente, sentía celos de su hermana y calumniaba a aquel joven delante de sus padres con la intención de que ellos también se pusieran en contra. Era su venganza, ya que a ella tampoco la dejaron querer al muchacho del cual se había enamorado el año anterior”.

 

“En el pasado había habido entre ellas peleas, desengaños, decepciones y diferencias. El discurrir del tiempo, la soledad, el aislamiento y el hastío consiguieron unirlas para protegerse ante los demás. Esa unión las hizo fuertes, rencorosas y justicieras. Posteriormente, la vida les pasó factura por sus fechorías y las unió en una muerte común. Ya no volverían a conspirar jamás contra ningún miembro de su familia ni contra nadie”.

 

12.- La loca

 

         También es digna de estudio la enfermedad mental de Engracia, tía de Dorotea, así como los efectos de la misma.

 

         “Pasados unos minutos, llegó Dorotea y susurró:

 

         “Mi tía ha volcado un armario y lo ha destrozado. Cuando se altera, tiene una fuerza descomunal. Mis padres están tratando de calmarla para que pase la noche tranquila y no cometa ninguna locura”.

 

         “Durante el recorrido hacia mi casa, recordé el episodio de la loca. ¡Pobrecilla ella y quienes sufrían sus paranoias! Comprendí el sufrimiento de su familia, la cual soportaba su cruz, personificada en una mujer demente que los traía a todos por la calle del tormento.

 

         En una ocasión, nos dijo Dorotea que su tía no padecía desvaríos antes. Eso ocurrió después de un hecho frustrante que dejó en su alma una profunda herida y aún no había cicatrizado”.

 

         “Adela me contó que la tía de Dorotea, eliminando todos los impedimentos puestos por el médico, se había tirado por el balcón y se había estrellado. Unos labradores, que madrugaron esa mañana y se dirigían al campo para realizar las tareas agrícolas, la descubrieron muerta en la calle.

 

         La encontraron vestida con el traje de novia, blanco como la nieve, peinada y arreglada para asistir a la anhelada ceremonia, con las joyas y el velo puesto. No olvidó el ramo de flores. Lo llevaba cogido con la mano derecha y costó despojarla del mismo.

 

         Los campesinos habían observado con asombro que la expresión de su rostro era dulce y placentera, igual que si acabara de besarse con su prometido o estuviera haciendo el amor con él en la habitación nupcial de algún hotel de lujo. Pensando que iba a asistir a su propio enlace matrimonial, se había tirado por el balcón”.

 

13.- Recuerdos entrañables

 

         Algunos recuerdos de nuestra infancia, entrañables totalmente para mis hermanos y para mí, son recogidos en la novela. Los acojo, tras su lectura, con el mayor de los cariños.

 

1.- La recolección de la aceituna.

 

“A primeros de diciembre comenzaba la recolección de la aceituna. Los adultos se iban al campo por la mañana y no regresaban hasta el atardecer.

 

Los niños andábamos descontrolados en esta época. Algunos se quedaban con sus abuelos, y otros, con distintos familiares e incluso con los vecinos”.

 

2.- Las tardes y las noches de invierno con la lumbre encendida, o sentados en la mesa camilla junto al brasero de ascuas para no quedarnos helados, oyendo la radio o leyendo las aventuras de José María “el Tempranillo”.       

 

3.- La Nochebuena con sus villancicos y aguilandos tradicionales.

 

         “Al atardecer del día de Nochebuena comenzaron a oírse voces de gentes que pasaban por las calles cantando aguilandos, acompañándose con zambombas, panderos y otros instrumentos manuales. Voceaban alegres, desentonando a veces y celebrando la entrañable festividad. Llevaban una bota de buen vino del país para calentarse por dentro en la fría noche de invierno. Con sus gozosos cánticos alegraban los corazones y le conferían un encanto especial a tan sugestiva fecha”.

 

4.- Las películas del oeste en el cine Morales y en el cine Mazazos.

 

“En el momento de comenzar la película, nuestro corazón se llenó de gozo. Los paisajes del oeste americano nos gustaban. Cuando los vaqueros, a lomos de sus caballos, perseguían a los búfalos para atraparlos o se enfrentaban a los indios, la población infantil gritaba a pleno pulmón” (mi hermano y yo hacíamos lo propio en el gallinero del cine Morales).

 

5.- Las matanzas.

 

“Entonces recordé el agujerillo redondo que había en el cuarto del abuelo. Daba al portal y servía para colgar el marrano al oreo cuando, llegado el invierno y una vez que el frío se sentía con toda su crudeza, se hacían las matanzas de los cerdos, engordados durante el verano y el otoño con las mondas de las frutas, las sobras de las comidas y los remanentes de las hortalizas del huerto”.

 

6.- Los niños de Santo Domingo.

 

“Esa misma tarde llegaban al pueblo los chiquillos del hospicio de Santo Domingo de Jaén. Venían amigos conocidos del verano anterior y queríamos darles la bienvenida”.

 

         “Desde hacía varios años, acompañados por varias monjas, algunos profesores y un sacerdote, veraneaban en el pueblo. Se hospedaban en las escuelas de la Lonja, donde instalaban los dormitorios, una cocina, un comedor y un salón para reunirse, dar clases y pasar las horas calurosas de la siesta”.

 

Mi hermano Juan y yo, como otros muchos niños de nuestra edad.  acogimos con mucho cariño a estos niños. Guardamos un recuerdo especial de Luis Orcera Simón, con el que paseábamos a diario y llevábamos a comer a nuestra casa.

 

         Marcos, amigo de Josele, era uno de los hospicianos que llegaba al pueblo, sin vislumbrar la historia de amor que daría comienzo aquel mismo verano entre él y Elvira.

 

7.- Las bodas de nuestro pueblo con las copas de aguardiente, las tres rejas correspondientes de bizcochos y el baile final con el acordeón como orquesta.

 

8.- Las fiestas de agosto con las casetas de turrón, las dianas con la banda de música y los cabezudos, el circo, los caballicos, las procesiones con la Virgen y los fuegos artificiales en el interior de la Charca.

 

         “El día cuatro de agosto se encendió el alumbrado de la feria y empezaron las fiestas con misas solemnes, procesiones, verbenas, actuaciones circenses, música y baile hasta el día siete, en el cual acababa el jolgorio con los fuegos artificiales en el recinto de la Charca. La localidad resplandeció con los festejos”.

9.- Los bancales de la huerta y sus hormas de tosca sujetando los poyos; el riego de los mismos por el agua de la Charca, a través de una intrincada red de acequias. Los regaores refrescando la tierra a diario y los mulos acarreando las hortalizas recogidas en los piojares.

 

         ¡Cuántos recuerdos de la plaza de abastos donde trabajaba mi padre! En mi retina, la venta, en grandes cestas, de los variados productos de la huerta, ¡verdadera despensa de pequeños agricultores y de muchas familias del pueblo!

 

10.- Y, sobre todo, los baños en la Charca y los paseos en barca. Y las preciosas zarzuelas que escuchábamos desde las farolas (puestas por Narciso), las cuales resuenan todavía en nuestros oídos de adultos a pesar de los muchos años transcurridos.

 

         ¡Y, como recuerdo más entrañable, Pedro, el de la plaza, mi querido padre, ¡cobrando las entradas de los baños y dirigiendo el tráfico de las barcas!

 

14.- La dictadura franquista

 

         En el relato aparece una clara crítica hacia la dictadura de Franco, llamando la atención la realizada por el abuelo de Elvira.

 

         “Durante el mes de noviembre de 1975, todos los días recibíamos información sobre el estado de gravedad de Franco. La muerte del dictador español fue declarada la madrugada del veinte de noviembre”.

 

         “La segunda década de la posguerra fue un periodo muy difícil de carencias y miserias, en el cual muchas familias no tenían qué llevarse a la boca, y en el que sólo había vida para los adictos a la dictadura militar”.

 

         “Fue una etapa de silencio porque en las viviendas se eludía hacer críticas del régimen y conversar sobre lo que estaban padeciendo, por miedo a ser escuchados y delatados por los servidores del gobierno”.

 

         “Hubo de pasar mucho hasta que llegué a comprender las libertades de las repúblicas y las imposiciones de las dictaduras como la que estábamos padeciendo”.

 

         “¿Cuántos años habrían de pasar para que se explicara en los libros y se contara en las escuelas toda la verdad de lo ocurrido durante la guerra civil española y la dictadura de Franco?”

         “Mi padre comentaba que los libros de la escuela estaban supervisados por el gobierno franquista. En ellos sólo se reflejaba lo que engrandecía al sistema político, y por eso no eran fieles a la verdad. Me rogaba no comentar nada con nadie. Corrían malos tiempos y encarcelaban a los detractores del régimen”.

 

         Pero es el abuelo quien tenía las ideas más claras en relación con el régimen y con la penosa situación que se vivió en toda España (también en nuestro pueblo) durante la posguerra:

 

         “Elvira, en España hay una gran represión por causa de la dictadura franquista. Hay mucha miseria y escasez, y los pobres sufren carencias y privaciones.

 

La mayoría no tiene empleo decente para salir de esa situación tan lamentable. Creo que tú ya conoces el problema, pues tienes amigas que pasan hambre.

 

         También hay una gran incultura. Bastante gente no sabe leer ni escribir. Yo aprendí con un maestro, que no lo era, estudiando por las noches porque tenía que trabajar durante el día. Vosotras habéis podido ir a la escuela, lo que es una ventaja sobre las generaciones anteriores.

 

         Es necesario contribuir a hacer una sociedad más justa, para que los obreros disfruten de un jornal decente y puedan cubrir con el mismo las necesidades de su familia. Hay que defender a los pobres y a los débiles. Los poderosos y los ricos tienen el capital, el dinero y las influencias, que son la llave maestra que usan para abrir todas las puertas, las cuales a ellos nunca se le cierran”.

 

         “Era el veinte de noviembre. En la lonja de la ermita de la Virgen de las Nieves, había un grupo de falangistas haciendo guardia a una placa de piedra, puesta en la pared exterior de la ermita al lado de una cruz y adornada con una corona de flores. En la misma estaban grabados los nombres de los que habían perdido la vida en el bando de los sublevados. Todo el que pasara por allí tenía que saludarlos levantando el brazo, que era el gesto de los golpistas, de los franquistas, ganadores de la guerra.

 

         Mi padre no quería sumarse a ese homenaje y un joven falangista corrió detrás de él hasta darle alcance para obligarlo a saludar. Como continuó negándose, lo insultaron tratándolo de rojo y atrevido.

Acusado de agresión a la autoridad y de oposición a las normas establecidas, pensaban denunciarlo en el juzgado y avisar al alcalde del desacato y de la provocación a quienes representaban el poder”.

 

         “En el instituto había docentes en contra del sistema político, mas nunca lo mencionaban por miedo a ser encarcelados, a que los expulsaran del cuerpo, o a ambas cosas a la vez. En ese tiempo de posguerra, tenías que ser muy cauto si preferías continuar viviendo tranquilo y ocupando un puesto público”.

 

15.- Noticias nacionales e internacionales

 

         Noticias de la vida nacional e internacional que aparecen a lo largo de la novela:

 

1.- Diciembre de 1973. El presidente del gobierno español, Luis Carrero Blanco, es asesinado por la banda terrorista ETA.

 

2.- Mayo de 1974: elecciones presidenciales francesas. En la segunda vuelta sale vencedor Valéry Giscard d’Estaing.

 

3.- “Noviembre de 1975: Arias Navarro comunica al pueblo español, con una tristeza infinita, la muerte de Franco. Tras la misma, es restaurada la monarquía en la figura de don Juan Carlos I, nieto de Alfonso XIII”.

 

4.- “Primavera de 1.981: en las elecciones presidenciales de Francia sale elegido François Mitterrand, primer presidente socialista de la quinta república. Su gobierno duró dos legislaturas, desde 1.981 hasta 1.995. Durante su mandato se realizaron importantes reformas sociales en Francia”.

 

5.- “Noviembre de 1989: caída del muro de Berlín. Tras el mismo se produjo la reunificación de las dos repúblicas alemanas, la democrática y la federal, que habían estado tanto tiempo separadas. La caída del muro produjo un gran impacto europeo e internacional”.

 

6.- “Mayo de 1995: en las elecciones presidenciales sale elegido Jacques Chirac como presidente de Francia. Político de gran talla que antes había sido primer ministro y alcalde de París en periodos diferentes”.

 

7.- “La caída de las Torres Gemelas de Nueva York se produjo el once de septiembre de 2.001. El atentado fue perpetrado por el grupo Al Qaeda y en él murieron más de tres mil personas, dejando más de seis mil heridos.

         Desde ese terrible suceso, la vida ha cambiado mucho. Existe una gran desconfianza que forja terror en el mundo, sobre todo en los países occidentales”.

 

8.- “Desde París tuvimos noticias de los atentados terroristas del once de marzo de 2004, perpetrados en la capital de España en los trenes de cercanías, en los cuales fallecieron doscientas personas y casi mil resultaron heridas.

 

         Al principio, aquel bárbaro atentado fue atribuido a ETA, aunque poco después se supo que había sido llevado a cabo por una célula terrorista yihadista”.

 

9.- “Me encontré con Josele y me habló de una importante noticia de la que se había informado hacía algún tiempo: la Asamblea General de las Naciones Unidas había aprobado, por unanimidad de todos los estados miembros, la Declaración de los Derechos del Niño, estableciendo diez importantes principios”.

 

10.- “A partir del 2008, la crisis estaba desolando la economía mundial: cierre de empresas, fuga de capitales de los países europeos a los paraísos fiscales, despido de los trabajadores, el paro sufrido por los obreros, la pobreza que padecían las clases bajas y la picaresca que se producía en torno a la economía.

 

         Culpaban de todo esto al interés capitalista, a la globalización del mercado, a la economía sumergida y a la corrupción en la que estaban inmiscuidos banqueros, grandes empresarios, deportistas, gobernantes y gente de la élite”.

 

11.- El feminismo comienza a hacer acto de presencia:

 

         “¿Por qué las mujeres no podían desempeñar los mismos oficios que los hombres si eran tan habilidosas e inteligentes como ellos? Había maestras, médicas y enfermeras que trabajaban para mejorar la salud de las personas, profesoras en los institutos y en las universidades para impartir la enseñanza.

 

         Las féminas eran capaces de cubrir cualquier puesto con desenvoltura. Sólo debían instruirse en ese quehacer, lo mismo que hacían los aprendices masculinos. Las niñas teníamos que estudiar mucho para competir con el varón en la totalidad de los ámbitos: laborales, culturales, sociales, sanitarios y científicos”.

 

16.- El despertar de la sexualidad

 

         Tal vez lo que menos me ha gustado de la novela es la reiteración de momentos (demasiados según mi parecer) en los que está presente lo que tú denominas como “el despertar de la sexualidad”. Utilizas, en boca de Adela, expresiones poco agradables que, en mi opinión, no dejan buen sabor de boca.

 

         Siendo sincero, el buen ritmo de la narración y mi criterio totalmente favorable sobre los aspectos anteriormente descritos, queda “estropeado” de alguna manera por los abundantes fragmentos que recojo a continuación.

 

Espero que sepas disculpar que te lo diga tan abiertamente. He aquí dichos fragmentos, utilizando el mismo texto que aparece en el relato:

 

1.- “Adela quería contarme algo morboso e inesperado: cuando ella salió del servicio en casa de Dorotea, vio algo insólito. Se equivocó de puerta y se encontró al médico toqueteando a la joven que había llegado con un dolor”.

 

         “Yo vi eso que te he dicho y lo sé muy bien. El médico es un putero. ¡Qué asco!”

 

2.- “Gervasio, el hijo de los señores, corría detrás de las gallinas e intentaba atrapar a alguna. Recluido en un rincón, colocó la gallina a la altura de la pelvis y comenzó a mover el trasero. La pobre ave cacareaba con un tono lastimero”.

 

         “El muy putero se la está follando. Las dos lo hemos visto manipular a la gallina y el aparato que tiene. A veces, se le nota el paquete a través del pantalón”.

 

         “A ese tío imbécil le gusta tanto joder que se tira hasta las gallinas”.

 

3.- “Nos pusimos en el suelo al lado del varón con el que había pasado al cine mi amiga. Al advertir el hombre en dónde estábamos sentadas, le propuso a Valeria colocarse entre sus piernas, aseverando que el suelo estaba frío”.

 

         “Advertí que algo no iba bien. Veía que Valeria se movía incómoda y casi llorando. Me estaba pidiendo auxilio. En la oscuridad del recinto, dejé de observar la pantalla y atisbé que aquel hombre tenía la mano metida debajo de su falda. Sospeché que le estaba toqueteando sus partes íntimas”.

 

         “Valeria se movía incómoda tratando de escapar de aquella situación tan morbosa, pero el hombre no la dejaba. La sujetaba con una mano y la toqueteaba con la otra, agitándose complacido en la butaca”.

 

4.- Al salir del cine se encuentran con Josele, el cual es increpado por unos zagalones:

 

         “¡Marica, tu amiguita se junta con el Tienta-culos! Le tocará el coñito cuando quiera. Seguro que tú también estás en el ajo”.

 

         “No hagas caso de los comentarios de esos imbéciles – manifestó Josele . Les encanta comprometer a los demás. Vi a ese hombre indeseable agarrarte del brazo y hablar contigo. Aléjate de él. Se cuenta que se gana a las chiquillas para toquetearles las nalgas y lo que le da la gana. El nombre que le han puesto le va muy bien”.

 

            Y después, la regañina de Claudia:

 

         “Niña, ¿qué hacías tú hablando con el Tienta-culos a la salida del cine? A ese tío ni mirarlo. Con el cuento de que te compra chucherías, te lleva al huerto antes de que te enteres”.

 

5.- “Según decían, la nueva maestra era joven, guapa y presumida, vestía de forma provocativa, tenía un busto muy desarrollado y unas curvas muy pronunciadas. La vieron pasear por el pueblo en compañía de un hombre”.

 

         “Unos viejos, sentados en la valla de la Charca, no le quitaban los ojos de encima. Uno de ellos dijo que estaba muy buena, y otro que era capaz de trajinársela allí mismo. ¡Menudos puteros!”

 

         “La sustituta de doña Lola llevaba un cinturón ancho que le marcaba la cintura y destacaba los senos, que eran abundantes, en cuyo inicio descansaba un collar de perlas blancas. La falda era estrecha y le marcaba el trasero. Escasamente le cubría las rodillas. Al sentarse las dejaba al descubierto”.

 

         “Según los comentarios que había escuchado Adela, su collar descansaba en unas buenas almohadillas, el culo se le señalaba mucho y tenía las tetas muy gordas”.

 

         “No te puedes imaginar lo que he visto – decía Adela . El tío ese le estaba metiendo mano a la maestra. La besaba, la abrazaba, estrujando las tetas contra su pecho y le tocaba el culo. Ahí tenemos otro putero, y la seño, lo otro”.

 

6.- “Nosotras cogimos las muñecas y empezamos a quitarles la ropa. Adela se dio prisa, desnudó a la suya, le puso la mano entre las piernas y exclamó:

 

         “¡A esta muñeca y a las otras les falta lo principal: el coñito!”

 

7.- “Noté una presencia a mis espaldas. Cuando iba a girar la cabeza para ver de quién se trataba, sentía que alguien me cogía del brazo. Era el Tienta-culos. Una oleada de indignación recorrió todo mi cuerpo y moví el brazo con energía intentando escapar de la presión.

 

         “No te asustes, chiquilla, soy yo. ¿Le has dicho a tu amiga que el domingo os espero para que entréis conmigo al cine? Os compraré avellanas, garbanzos y caramelos. No faltéis”.

 

         “¿Eres amiga del Tienta-culos? – me recriminaba Claudia –. A ti el sinvergüenza ese te mete mano. Si te juntas con ese tío, no quiero tratos contigo”.

 

8.- “Antes de dejar la calle principal, me crucé con los jóvenes fanfarrones que se metieron conmigo el domingo en el que Valeria y yo estuvimos en el cine. Uno de ellos se acercó a mí con propósitos inquisidores. Me cogió de un brazo y con la otra mano me toqueteó el pecho.

 

         “¿Cuándo le van a salir a esta cría las tetas? – preguntó a sus amigotes”.

 

         Al ser defendida por Josele, le dijeron:

 

         “No nos insultes, marica. ¿Ahora te dedicas a proteger a las tías? A ver si ésta sale de puta como las mujeres de su familia: su madre fue con el bombo a la boda; su hermana se esconde en la oscuridad con el novio, y las Vinagre están más calientes que el rabo de una sartén”.

 

9.- “Al doblar una esquina, nos encontramos con el Tienta-culos. Sonrió al vernos juntas y nos impidió el paso. Dijo que nos esperaba el domingo para entrar con él al cine. Prometió comprarnos pipas, avellanas y garbanzos tostados. En cuanto lo perdimos de vista, suspiramos aliviadas. Volvimos la cabeza para asegurarnos de su marcha”.

 

10.- “Al aproximarme al sitio donde estaba Valeria, vi que le acompañaba el Tienta-culos. Le hablaba de forma melosa e insistente, y ella lo escuchaba llena de miedo, asco y zozobra. Aquel individuo nos había seguido y espiado y, en cuanto me alejé de mi amiga, se acercó a ella. Sabía que era más débil que yo e intentó acosarla”.

 

         “El tío ese es un sinvergüenza. Se arrimaba mucho a mí y me salpicaba con su saliva. Me cogió de un brazo, me llevó a un rincón y se puso a palparme el trasero. Quería darme un caramelo de su boca. Yo le he dicho que no me gustaban”.

 

11.- Adela de nuevo, refiriéndose a la criada de la casa de Dorotea:

 

         “La payasa esa, porque se acuesta con el médico, se cree la dueña”.

 

12.- “Adela tomó a Dorotea de la mano, la tumbó en el sofá, introdujo un muñeco debajo de su vestido y le recomendó quejarse de sufrir fuertes dolores y tocarse la barriga con gesto pesaroso”.

 

         “Le puso la mano en el pecho y en la frente, le tanteó el vientre y descendió hasta sus partes íntimas. Le apartó las bragas y le tocó la vulva.

 

Después intentó introducir el dedo corazón en su vagina. Al sentir la presión de aquel dedo intruso en su intimidad, Dorotea gritó y dijo muy indignada, levantándose de un salto”:

 

         “Niña, tú a mí no me tienes que tocar eso ni meterme el dedillo. ¡Habrase visto una tía tan guarra!

 

         “Eso es lo que hacen los médicos: tocarles el coño a las mujeres, y no sólo a las que van a parir, sino también a las otras y, si son jóvenes, con más gana”.

 

 

13.- “Me extrañó ver a Dorotea. Resultaba inaudito que la dejaran salir en una tarde desapacible. Comentó que su madre no se hallaba en casa y su padre era mucho más permisivo. Adela me susurró al oído, con una ironía sin límites, que se habría quedado a solas con la criada y le estaría regando el huerto”.

 

14.- “Adela me contó que el doctor, al cambiar las marchas del coche, rozaba las piernas de la muchacha y le lanzaba miradas tiernas”.

 

         “Me añadió después que, cuando salió a beber agua, por la rendija de la ventana, vio al doctor encima de la criada, haciendo lo que sabíamos”.

 

“Te estoy diciendo la verdad. Esos dos estaban follando. Esa criada es la misma moza que, el día en que fuimos a ver la televisión, se tiraba al médico en la consulta. Y en el coche le tentaba las rodillas y la miraba con ojillos dulces. Ese tío es un putero como lo son otros”.

 

15.- “Al acercarnos a las calles oscuras, noté que la distancia con ellos se había acrecentado. Volví la cabeza y vi a mi hermana Claudia y a su novio abrazados, besándose y toqueteándose”.

 

16.- Adela me hacía partícipe de los cambios producidos en su cuerpo:

 

         “Ya tengo el periodo y mi madre ha dicho que me va a comprar un sostén. Ya soy una mujer con tetas y vello rizado en las partes”.

 

         “Se estiró la blusa y pude atisbar en su pecho que los senos se habían elevado soberbios en la altiplanicie de su busto. Me alegré por ella, pero sentí algo de pelusilla: mi cuerpo apenas mostraba señales de feminidad”.

 

17.- “Mis dulces pensamientos se interrumpieron cuando el Tienta-culos me abordó:

 

         “Hola, niña. Hace muchos días que nos os veo ni a ti ni a tu amiga. Veniros al cine conmigo el domingo. Os voy a comprar chucherías”.

 

         “¿Qué pretendía este hombre obsceno? ¿Toquetear las partes íntimas de las niñas? ¿Pervertirlas? ¿Tanto gozaba con esos hechos inmorales? ¿Habría alguien que pudiera pararle los pies a ese ser repugnante? A pesar de que sus actos impúdicos estaban en la boca de todos, nadie tomaba ninguna iniciativa para evitarlos. Este sinvergüenza actuaba a la espalda de los padres. Sólo ellos podrían detener sus voluptuosos episodios”.

 

18.- “Los brazos de Gervasio, después haber caído tras el tropezón, estaban encima de las piernas de Valeria. Al incorporarse, le tocó los muslos con disimulo. Dorotea corrió para ayudarle. Se reclinó a su lado y le frotó la parte dolorida. Fingiéndose lesionado, dejó que lo masajeara. Al levantarse, le rozó el trasero. Yo continué impasible mirando con rabia la escena, máxime al ver que el paquete de Gervasio aumentaba de tamaño”.

 

19.- “Gervasio se acercaba tanto a mí que nuestros brazos se rozaban. Dio un tropezón y se cogió de mí para no caerse. Me tocó el hombro, la espalda y el pecho. Noté sus ávidas manos escurrirse por mis incipientes senos y por el trasero”.

 

         “¿Qué hacer con él? ¿Darle de lado e ignorarlo? ¿Tendría la audacia de abusar de una jovencita que hallara sola y desprotegida? Me preguntaba si la justicia de este mundo imputaría alguna vez a esas personas depravadas y defendería a las víctimas”.

 

20.- “Gervasio traía de cabeza a Adela. Le lanzaba miradas lujuriosas, que ella desdeñaba. La indiferencia era su respuesta a ese mozo impúdico”.

 

21.- Adela me refería:

 

         “El idiota de Gervasio no deja de molestarme. Me acecha por la casa y lo encuentro en los lugares más increíbles. Me abraza por las espaldas y me cuesta librarme de él. Si la dueña está en otra dependencia y no puede oírnos, se pone delante de mí en pelotas. El muy putero quiere follar conmigo. Yo no sé ya qué hacer para espantarlo. Un día le voy a pegar un garrotazo que se va a quedar en el sitio.

 

         Tú también le gustas al subnormal. Lo sé porque me pregunta por ti y dice que te invite a su casa. Te quiere pasar por la piedra. Estoy pensando que entre las dos podríamos darle un escarmiento”.

 

22.- “Recordé mis encuentros con Gervasio. En todos estuvo presente ese deseo lascivo: fornicar con la gallina, enseñar sus partes íntimas, manipularlas, tocar a las niñas, rozarse con ellas e insinuarse de alguna forma. Había que darle un escarmiento”.

 

23.- “Le comenté a Adela lo de la nueva criada de la familia de Dorotea y la equivocación suya en sus juicios sobre la otra sirvienta y el médico.

 

         “No, yo llevaba razón” – exclamó . Ahora dicen las cotillas que el doctor le va a poner un piso en Granada a esa moza para poder ir a visitarla”.

 

         “Yo no sabía ya qué creer acerca de aquella situación de amancebamiento”.

 

24.- “Planeábamos un escarmiento para el hijo de la señora Carmen, aquel ser disminuido en sus facultades mentales y tan vital en las corporales, sobre todo en el terreno sexual. Yo sabía que él estaba muy bien dotado”.

 

25.- “El pene de Gervasio fue el primero y el único que yo había vislumbrado por el momento. Lo vi dos veces: la primera, con el caso de la gallina, que lo tenía flácido y colgandero igual que un puñado de harapos húmedos. La segunda, en la visita a su taller, al levantarse el delantal. Entonces estaba más tieso, pero sólo lo atisbé unos instantes y no pude calcular su tamaño.

 

         Mi amiga me indicó que ella, en las ocasiones en las cuales se lo vio, siendo perseguida por el mozo para obligarla a fornicar, lo tenía grande e inflado como un pepino de medio kilo. Le daba miedo pensar que el tontorrón quería introducir en su vagina aquel aparato tan descomunal”.

 

26.- “Al aproximarnos al sitio convenido, el mozo se froto las manos y trazó una turbadora sonrisa derrochando un caudal de simpleza y de excitación. Luego se desabrochó la portañuela y dio salida a los genitales. Me estremecí al ver aquel pene en erección. Apuntaba hacia arriba igual que si pretendiera violar al cielo. Miró a Adela como si ella fuera el árbitro de la situación.

 

         “¿Con cuál empiezo? – le preguntó”.

 

27.- Ante las preguntas de Elvira por la situación de Gervasio, Adela le facilita la información que deseaba:

 

         “Tranquila y no hagas tantas preguntas. Desde ayer por la tarde, ese imbécil no pía ni responde a ningún estímulo. Va a fregar pronto la olla. ¡Un putero menos en el mundo!”

 

28.- De nuevo Adela, dirigiéndose a Elvira:

 

         “El tontorrón de Gervasio hace poco que hincó el palote. No podrá follar más. ¡Que se joda!”

 

17.- Resumen

 

         Hay otros muchos aspectos en tu novela que han quedado ignorados en los fragmentos anteriores (no recogidos intencionadamente para no alargarme más). Han quedado sin aparecer:

 

El noviazgo y casamiento de Enrique y tía Leonor (incluido el alumbramiento de un sobrino para Elvira).

 

La hiperactividad de Lolo, que ocasionó tantos problemas a los padres de Valeria.

 

Los trabajos de los padres y hermana de Elvira en la frutería, y el posterior abandono de la misma por parte del padre (a instancias de las titas) para ocuparse de nuevo de la hacienda familiar.

 

Los cambios de actitud de Cecilia y Ramona, animando a Leonor para que el alumbramiento del sobrino se realizara en su casa.

 

La enfermedad de Dorotea y los especiales cuidados de su madre con ella, a lo largo de los distintos capítulos.

 

La separación de las amigas al final del relato.

 

La muerte de las titas por parte de Enrique, en defensa propia, y su absolución por parte de la Justicia, libre de cargos.

 

El escarmiento dado a Gervasio por parte de Adela y Elvira. Su muerte definitiva posterior, finalizando así sus depravaciones y obsesiones sexuales.

 

La muerte de la madre de Adela, y el internamiento de ésta en el hospicio.

 

El traslado a Jaén de la familia de Elvira. La pérdida de Juanita en la Alameda y su posterior muerte, atropellada accidentalmente por el coche de su propio padre.

 

Los estudios de Elvira, primeramente, en Jaén y posteriormente en Madrid, en la Escuela de Periodismo.

 

La búsqueda de Marcos en Madrid y en Barcelona, y el encuentro definitivo de ambos.

 

La huida de Claudia a Bilbao, su embarazo y posterior alumbramiento de un niño con las mismas características de Juanita. Lejos de su tierra, abandonada por su pareja y sola con un hijo deficiente y enfermo (que al final fallece).

 

La demencia de la madre de Elvira, su internamiento en una casa de salud y su posterior fallecimiento, al no haber podido superar la muerte de Juanita.

 

El flirteo de su marido con otra mujer, a pesar de su enfermedad e internamiento, y su posterior casamiento con ella.

 - El regaño recibido, tanto por parte de Elvira como de Claudia, al no haber sido fiel al amor que su mujer le había deparado durante toda su vida.

 

La vida amorosa vivida por Marcos y Elvira tras encontrarse y trasladarse a París como corresponsales de prensa.

 

El reencuentro definitivo entre Elvira y su hermana Claudia, fundidas en un estrecho abrazo después de tantos años de ausencia.

 

La agradable sorpresa que Claudia prepara para su hermana en el juego último de identificaciones con el que finaliza el relato: la tita Leonor, Claudia, Elena, Dorotea, Valeria, Josele y la propia Elvira narran las vicisitudes de sus propias vidas durante los largos años en los que habían permanecido separadas.

 

Sólo dos rasgos sueltos de estos largos años, prescindiendo del resto: Claudia, hija natural de don Eladio, hereda su casa y sus pertenencias, dado el testamento a su favor realizado por la señora Carmen; Adela da a luz un bebé, tras quedar encinta por la violación de su propio padre.

 

Y un sinfín de detalles más que alargarían indefinidamente este resumen y podrían distraernos de otros aspectos esenciales. De todas formas, creo que lo más importante, sí ha quedado reflejado con anterioridad.      

 

Para terminar, me gustaría dejar constancia, en un breve resumen, de aspectos importantes que aparecen a lo largo de la narración en los que podemos descubrir valores humanos de gran valor.

Tuvieron actualidad en aquellos momentos de la vida del pueblo y continúan teniéndolos en el día de hoy, casi setenta años después. ¡Gracias por haber dejado constancia escrita de todos y cada uno de ellos!

 

1.- Para comenzar, vuelvo a resaltar las abundantes y bonitas descripciones relacionadas con el tiempo y los distintos momentos del día (el amanecer, el atardecer y la llegada de la noche). Solamente por ellas merecería haberse escrito la novela.

 

2.- Valiéndote, como refiere Adelaida en el prólogo, del presente y del pasado de Elvira, has realizado un estudio detallado de la sociedad rural de la comarca de Sierra Mágina, centrado en las circunstancias concretas vividas en nuestro pueblo en la década de los cincuenta y los sesenta (en tiempos de nuestra propia infancia).

 

3.- ¡Qué decir de todo lo que refieres sobre Pegalajar, nuestro pueblo!

 

         No me importa volver a repetir tus mismas palabras que aparecen al comienzo de la novela:

 

“Los lugares donde vislumbramos la luz primigenia del alba, en donde abrimos los ojos por primera vez al mundo y en los cuales vivimos la infancia, siempre habitan en nuestro interior, alimentando la vida, nuestros deseos y nuestra nostalgia”.

 

“El espacio vital donde habitamos durante la niñez, nos alegra la existencia con sus recuerdos y sus amables fantasías a lo largo de toda nuestra vida”.

 

Todas las vivencias que enumeras han llenado mi alma de grandes recuerdos.

 

4.- Hay tres aspectos fundamentales en la vida de las personas, que son pilares fundamentales en nuestras relaciones humanas, las cuales han quedado también muy bien tratados:

 

La familia.

         La escuela.

         Los amigos y amigas.

 

 

5.- No quiero pasar por alto el amor, en su pureza más genuina, de Marcos y Elvira, expresado en los sentimientos de ella al perderlo tras el accidente.

El amor, que mueve nuestras vidas, queda truncado a veces, llenando nuestro corazón de tristes vivencias.

 

6.- Especial relevancia tiene el magnífico estudio que realizas de los caracteres y rasgos psicológicos de los padres, de Elvira y Marcos, Adela, Juanita, Claudia, Josele, el abuelo, las titas, doña Engracia etc. Es de una enorme dificultad adentrarse en el interior de todos estos personajes, pero creo que lo has conseguido.

 

7.- La figura de Adela, como he referido anteriormente, perfectamente caracterizada, es sin duda alguna una de las figuras principales de todo el relato. También queda bien reseñada la escasez de sus recursos y la miseria de su familia que, por otra parte, eran en tiempo de la posguerra habituales en nuestro pueblo.

 

Es importante resaltar lo que tú misma manifiestas: su especial manera de ser y de comportarse era utilizada por ella “a modo de recurso de defensa eficaz para salvaguardar sus múltiples carencias y penalidades”.

 

8.- Reflejas muy bien la inocencia de Juanita, junto con su dependencia de los demás dado su retraso mental. Al leer las atenciones de Elvira con su hermana pequeña, he pensado en mi sobrino Dani, el cual nos agradece con su cariño las atenciones y el sincero afecto que le demostramos siempre. La preocupación de toda nuestra familia para que sea feliz, ha constituido también, como en el caso de Juanita, el principal anhelo de todos.

 

         Es un gran valor de la novela haber dejado demostrada la importancia del trato especialísimo que debemos tener siempre con personas como ellos, ya que como tú manifiestas “los inocentes también sufren por varios motivos: por el abandono, por la falta de amor, por la ausencia de cuidados, por la dejadez de quienes los rodean y por no tener cubiertas todas sus necesidades humanas”.

 

         Juanita y también nuestro sobrino Dani tuvieron la suerte de nacer en una familia que les deparó las atenciones que ellos necesitaban.

 

9.- La caracterización que realizas de Claudia no puede ser más perfecta: tirana, intransigente, exigente y déspota sólo piensa en sí misma y se aprovecha continuamente de la bondad de su hermana.

 

10.- El amor que debemos tener con nuestros padres y abuelos ancianos aparece con nitidez en tu relato. Se trata de atender, respetar y ofrecer todo nuestro cariño a quienes, en los últimos momentos de su vida, totalmente dependientes, necesitan de nosotros, para que puedan recibir a manos llenas lo que, a lo largo de su existencia, nos han dado con creces.

 

         He visitado últimamente una residencia de mayores y la cara de tristeza de muchos de ellos reflejaba la carencia de las atenciones familiares que sí supieron ofrecer al abuelo de Elvira.

 

11.- Otro de los valores esenciales que tu novela pone de relieve es la necesidad de tolerancia y comprensión con aquellas personas que, por su inclinación sexual, han sido vejadas y maltratadas a lo largo de la historia.

 

Josele, el joven afeminado, denostado por todos, es la persona más sensata, más madura y mejor formada de todo el relato. A pesar de ello, tiene que abandonar el entorno donde había nacido. Sus padres comprendieron que, cambiando de aires, podía su hijo abrirse al mundo, encontrando personas dispuestas a respetar las diferencias individuales.

 

Su vida cambió gracias a la filosofía que encierran las palabras del director de su nuevo instituto:

 

“En la diversidad de culturas, razas, lenguas, religiones, etnias, caracteres y rasgos personales está el equilibrio y la alegría de este mundo, en el cual no hay dos seres iguales”.

 

Sabias palabras que están siendo asumidas en nuestra sociedad actual, haciendo cambiar la vieja mentalidad de intolerancia e incomprensión hacia personas como Josele.

 

12.- Leyendo los primeros capítulos, sentimos cierta aversión hacia las titas (las “Vinagre”); aversión que al final, una vez conocidas las cartas que guardaban tan celosamente, se convierte de alguna manera en comprensión de sus reacciones. Ninguna se había casado, habiendo sufrido el desengaño de un gran amor vivido en sus años mozos; amor que, como tú misma dices, “había disfrutado de pocos encuentros y de ninguna satisfacción carnal”.

 

En sus vidas había habido celos, deseos de venganza, desengaños y grandes decepciones. Pero, como tú también refieres, “al pasar los años, la soledad, el aislamiento y el hastío consiguieron unirlas para protegerse ante los demás, convirtiéndose en fuertes, rencorosas y justicieras”.

¡Enhorabuena por haberte adentrado en el interior de la mente humana de las dos hermanas, llevándonos a comprender reacciones que, a primera vista, no son admitidas ni pueden tener justificación alguna!

 

13- Igual podíamos decir de la tía de Dorotea (la loca). Su enfermedad mental es ocasionada por una boda deseada y no realizada, que dejó en su alma una profunda herida, aún no cicatrizada. De nuevo el interior de la mente humana, difícil de abarcar y de comprender.

 

         En esta ocasión, la herida no cicatrizada lleva a Engracia a tirarse por el balcón, vestida con el traje de novia, peinada y arreglada para asistir a la anhelada ceremonia, con las joyas y el velo puesto, sin olvidar el ramo de flores. Pensando que iba a asistir a su deseada y no realizada boda, se había tirado por el balcón, estrellándose en el suelo.

 

         Cientos de españoles sufren enfermedades mentales, ocasionadas por el galopante ritmo de la vida y por circunstancias adversas difíciles de asimilar, cuyas soluciones han merecido la reciente atención del propio Parlamento.

 

14.- Atención también a los alumnos hiperactivos que traen de cabeza a tantos padres (como los de Lolo), y a numerosos compañeros maestros que estudian diariamente la mejor manera de comprenderlos y atenderlos en sus especiales necesidades educativas.

 

15.- ¿Y qué opinar de las personas como Gervasio y de los pervertidos sexuales que pululan por nuestra sociedad? Si el gobierno estuviera identificado con la opinión de la mayoría de la gente, debería aprobar una ley que los condenara a permanecer encerrados de por vida en la cárcel.

 

         Pero, igual que hemos hecho con las titas del relato, ¿no merecerán también los pervertidos sexuales nuestra comprensión y nuestra ayuda?

 

16.- No quiero repetir mi especial satisfacción por las vivencias que recoges en la novela de mi infancia y adolescencia, que he calificado como “recuerdos entrañables”. Fui muy feliz durante estos años con mis padres (a los que tanto recuerdo) y con mis dos hermanos a los que tanto quise y quiero. Esos recuerdos de nuestra infancia, entrañables de verdad para mi hermana María Antonia, para mi hermano Juan y para mí, los recibos de tu mano con el mayor de los cariños.

 

17.- Finalizo con el análisis que realizas sobre la dictadura de Franco y los difíciles años de la posguerra, llenos de carencias y de miserias.

 

         Las libertades republicanas que disfrutaban los españoles antes del comienzo de la contienda, aún no las hemos recuperado del todo. ¡Bienvenida, pues, la ley de memoria histórica que está siendo debatida durante estos días en el Parlamento! ¡Bienvenida será también la recuperación definitiva de la república, birlada por Franco, que tanto anhelamos los españoles!

 

Para terminar, la misma pregunta que se hace Elvira, recogida anteriormente:

 

¿Cuántos años tendrán que pasar aún para que se explique en los libros y se cuente en nuestras escuelas toda la verdad de lo ocurrido durante la guerra civil española y la dictadura de Franco?

 

¡De nuevo, gracias por tu novela y por los importantes mensajes que has querido transmitirnos y que yo he deseado resumir para ti y para tus lectores!

                           

                            Joaquín Quesada Guzmán










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