La jurista impulsó
durante el franquismo la reforma del Código Civil que acabó con la obediencia
de las esposas y con la licencia marital en 1975
La abogada María Telo Núñez, en una
imagen de 1998. / CLAUDIO ÁLVAREZ
Una
luchadora en una dictadura, una mujer de convicciones. Una abogada que a base
de tenacidad logró lo que parecía imposible: mejorar el estatus jurídico de las
españolas en el franquismo, liberarlas de la obligación de obedecer al marido y
de contar con su permiso para casi todo. Cosas ahora inimaginables, pero que
hace menos de 40 años eran ley: hasta mediados de 1975 las casadas ni siquiera
podían abrir una cuenta corriente sin permiso del esposo; en muchas cuestiones
eran menores de edad casi al 100%. La artífice de estos cambios, María Telo
Núñez (Cáceres, 8 de octubre de 1915), murió el pasado 5 de agosto en Madrid.
Esta mujer independiente a la que se le metió “entre ceja y ceja cambiar el
Código Civil” se fue con la misma discreción con la que vivió, ajena al oropel.
La democracia le concedió algún reconocimiento puntual, pero ningún papel
relevante. Su candidatura al Tribunal Constitucional, en 1979, cayó en saco
roto.
Telo empezó
a los 16 años la carrera de Derecho en Salamanca. “Después del ingreso en la
universidad, mi vida ya no fue la misma. Al conocer tan directamente la
situación jurídica de la mujer dentro del Código Civil, me sentí tan humillada,
tan injustamente tratada, tan vilipendiada, tan nada, que ninguna explicación
ni histórica, ni jurídica, ni religiosa, ni humana podían convencerme de que yo
exageraba”, relataba en su libro Mi lucha por la Igualdad Jurídica de la
Mujer (Aranzadi, 2009). Ese título refleja la batalla de toda su vida.
La llegada
de la II República, que instauró el sufragio universal femenino y eliminó
trabas laborales para las mujeres, fue un soplo de aire para una joven que
quería ser notaria, como su padre, y que —según escribió— se situó “en la línea
de Clara Campoamor”, la impulsora del derecho al voto de las ciudadanas, a la
que trataría años después.
El franquismo, que metió a la mujer
en casa, segó las aspiraciones de Telo. No permitió a las españolas ser notarias —ni muchas
otras cosas—, pero ella ganó la oposición al Cuerpo Técnico de Administración
Civil del Ministerio de Agricultura en 1944 —“no sin fuertes obstáculos, por
considerar aquel tribunal que ninguna mujer debía tener acceso”, escribió—. Y
luego debió enfrentar el vacío —“se me asfixiaba, se me quería obligar a
realizar labores auxiliares”—. En 1952, se dio de alta en el Colegio de
Abogados de Madrid. Abrió despacho, uno de los pocos en manos femeninas en la
ciudad.
Funcionaria
por la mañana, abogada por la tarde —su bufete estaba especializado en derecho
de familia y sucesiones—, madre de familia y a todas horas militante por libre
de la causa que abrazó toda la vida. Telo puso en pie la Asociación Española de
Mujeres Juristas en 1971 —antes se afilió a la Federación Internacional de
Mujeres de Carreras Jurídicas— y peleó hasta conseguir la entrada de letradas
en la Comisión General de Codificación, donde ella participó en la reforma del
Código Civil franquista. “Se dedicó en cuerpo y alma. Desde el despacho,
enviaba sus propuestas a todos los procuradores de Las Cortes”, recuerda la
letrada Consuelo Abril, que debutó como pasante en aquel despacho en 1974. Los
cambios que impulsó comenzaron a ser realidad en 1975. También participó en los
trabajos de la comisión de codificación sobre el divorcio, aprobado en 1981.
Gracias a la
tarea tenaz de Telo —“ha habido años en los que no dormía más de cuatro horas
de tanto trabajo”, recordaba ella en este periódico en 2008—, las españolas
casadas alcanzaron la plena mayoría de edad jurídica. Pudieron aceptar
herencias, abrir cuentas en el banco, trabajar y disponer de su salario sin
permiso del marido, ser también cabeza de familia o administrar los bienes
gananciales. Grandes pasos que encaminó una mujer de independencia férrea y sin
militancia de partido. Quizá eso le privó de una merecida relevancia pública con
el regreso de la democracia, pero no la detuvo. Dejó la abogacía con los 80
cumplidos, cuando llevaba mucho tiempo viuda. Hace un lustro sostenía que la
plena igualdad entre hombres y mujeres se había alcanzado en el terreno del
derecho, pero que en otros campos aún quedaba mucho por hacer.
Se ha ido —con el sueño cumplido de
“democratizar la familia” y “sacar a la mujer casada del pozo legal”— una mujer
que apenas tiene un par de calles con su nombre, pero que logró mejorar la vida
de las demás.
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