La primavera ha llamado a la aldaba de mi puerta.
Yo no sé si debo abrirle, para no incurrir en falta
de no recibir visitas y estar encerrada en casa.
La primavera amistosa va tocando los jardines,
con su varita de magia.
En el rosal, pone rosas. En las macetas, geranios
multicolor.
En los vergeles, florestas. En los árboles, sus
flores,
Que ya tiran secos pétalos, (dichoso pan de pastor)
que se mete en las ventanas, por las rendijas,
En los zaguanes, por debajo de las puertas.
Y en mi alma,
por esa puerta entreabierta de mis labios.
Ahora vendrán las hojas, verdes,
verdes, de verde doncella, que nacerán en sus ramas.
Con su blonda cubrirán los árboles de los parques.
Durante todo verano, lucirán sus esplendores.
¿Quién dará a la primavera esas flores tan
preciosas,
esos colores tan bellos, esos olores tan tiernos,
esa brisa tan suave y esas lindas mariposas?
¿La madre Naturaleza o el propio Dios en persona,
o la Virgen o los santos?
Yo nunca pude saberlo, ni estudiarlo en libro
alguno.
Solo sé que sus espejos no los lustran las criaturas
ni los proyectan personas ni los propios
gobernantes.
Que sus profundos misterios no los dibuja la gente.
Que una mano poderosa, allá en lo alto del cielo,
teje amores, sentimientos, cualidades y alegrías.
Y manda a la primavera ponerse traje de gala.
Adornar los ventanales, vestir todo de armonía.
Poner flores en los tiestos y amor en los corazones,
en los labios, risas, besos y canciones amorosas
y mensajes de esperanza. Y en los jardines del mundo,
plantar claveles y rosas.
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