Pegalajar del
alma mía, me embrujan tus paisajes
y me
hechizan las fragancias de tus campos y tus huertas
cuando la
noche se duerme y renace la mañana
en tus
tierras arboladas.
Tus valles
son las cañadas del cuerpo de una muchacha
y tus montes
son sus pechos erguidos, desafiantes,
orgullosos,
altaneros, elevados y distantes.
Y tus verdes
olivares, en los que bailan las penas,
meciendo
melancolías, son sus jóvenes gargantas
cuando
entonan los cantares.
Tus
tortuosos senderos son cabellos ondulados
que se
mueven con el viento y van surcando los valles.
Por tus
picos, la alborada pinta en cálidas
dulzuras
y regala
complacencias, alegra los corazones,
ahuyenta las
tempestades y rebosa sutilezas,
por los
prados florecidos, por tupidas alamedas,
por veredas
polvorientas.
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