tan sin decirlo, tan sin saberlo.
Te fuiste como una flor en primavera,
marchita y zarandeada por la tormenta
que se gestaba en el fondo de tu ser.
Te fuiste como la pena de marzo,
suave y esponjosa como la brisa de mayo,
acariciando el aire como las dulces tardes de
junio.
Te fuiste con un viso de rubí en tus
mejillas,
con una nube en tus ojos, con una pena
en tus labios,
con un poema en tu corazón.
Te fuiste tan desolada, tan sin hablar,
que tus silencios restallaron en mi alma
y la pena de mi llanto centelleó en tu interior.
Te extinguiste en el aire como un
suspiro.
Te apagaste como una luz en la noche de
mi dolor.
Te fuiste sin una queja, sin un
reproche, sin despedir.
Cruzaste los vientos sin saber por dónde
ibas,
ni a dónde te dirigías ni con quién
querías estar.
Te fuiste cuando la Fuente llenó de agua
la Charca,
de sueños y de esperanzas, las laderas
de mi amor.
Te fuiste cuando la brisa bordaba haces de
luz
en las pupilas del día, rosas de seda en
los jardines del sol.
Te fuiste a un lugar sin retorno.
Tu mirada se quedó prendida en el
cristal del adiós.
Te fuiste en una fecha sin brillo en el
calendario,
sin colores de arco iris, sin olores de
jazmín.
Te fuiste fustigada por el peso de los
años.
Desde tu lecho de muerte, la pandemia no
pudo herirte.
No pudo clavar en tu pecho el aguijón de
ponzoña,
que ha clavado en tantas gentes.
A ti fue la vejez y el deterioro,
la ausencia de juventud quienes te
condujeron
por el camino del Camposanto.
Ya has dejado de sentir el desconsuelo y
la pena
el dolor y el sufrimiento que padecemos
aquí.
Por ti, querida madre, no doblaron las
campanas.
Ni gimieron los vientos, aquejados por
el llanto.
Pocas personas, por este tiempo cerril,
que nos trajo el calendario, pudieron
conocer tu muerte.
¿Por qué te fuiste, querida madre,
cuando la primavera
extendía su manto de flores multicolor
en la Tierra,
cuando abril acariciaba el olor de las
celindas,
cuando sonaba en el aire el canto del
ruiseñor?
¿Por qué te fuiste cuando la hiedra
trepaba
los aposentos de mi dolor?
Sin embargo, ahora, la luz de la fe nos
dice
que ya no tiene sentido llorar por ti,
porque te encuentras en los jardines del
cielo,
gozando de la presencia de Dios.
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