Campillo de Arenas nace
cada día
de los soles que
alimentan la ternura
y sueña ser acordeón en
sus altivos picachos,
que anhelan desteñir
la melancolía.
A veces, Campillo es una
guirnalda de rosas,
una cítara colgante de
las pestañas del cielo
a través de su Cerro del
Castillo.
Acelera el pulso de los
campesinos
en los fértiles campos
que desdibujan las penas.
Repliega sus tempestades
en los huertos
que alimentan la
esperanza.
Más nunca se apaga su
sed de dulzura,
su calendario de amor en
las agendas celestes
para plasmar en sus
gentes brillos de hospitalidad.
Cobija sus pájaros silenciosos
en los nidos que
forjaron las estrellas.
Desparrama
su alegría como una blanca paloma
que nunca
detiene el vuelo en las floridas praderas
que
navegaron sus ojos.
Piel de luz. Doliente
sed de docencia.
Eso eres tú para mí,
Campillo del alma.
Amarga
soledad de mis desvaríos.
Sonrisas que lentamente
se hundieron en el silencio.
Cauce de mi dolor.
Corola de luz, de sueños.
¿Por qué la noche secuestra
mis sentidos
cuando estoy
lejos de ti?
¿Por qué la luz escapa
de mis manos
cuando tu ausencia me
inunda?
Hube de regresar del
vacío de los naufragios,
de la tibia opacidad del
oleaje del viento.
Atrapé la soledad entre
mis dedos de sombra
cuando presentí que no
iba a estar a tu lado.
La tupida inercia de
contemplar tus paisajes
se tornaba golondrina,
pequeño gorrión
en la arena visceral de
mis desvelos.
Y cuando
llegó la noche
con su escalera vertical
de sueños errantes
tuve que descender por
ella hasta el fondo de mis pesares.
Tus ojos
jugaron a ser laberinto,
dédalo virtual donde se
perdió mi alma.
Pena de los aguaceros.
Azul de cielo a tu lado.
Rosas marchitas sin ti.
Es el furor de las olas
que secuestró el gélido
tul de nuestros devaneos.
Lágrimas
salobres brotaron de mis ojos
para llorar por ti,
Campillo de Arenas,
en los ambarinos cielos de la ausencia.
ENCARNA GÓMEZ VALENZUELA AGOSTO- 2022
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