a nuestras tierras
sedientas, a nuestras flores marchitas.
Ha sido una tormenta
feliz, unas gotas de rocío,
que han regado
nuestros campos, que han besado
nuestro pecho y nos han
dado la medida del amor
de los luceros del
alba.
Hoy ha llegado la
lluvia para curar mis heridas,
para lavar la desidia,
el abandono, el olvido
y para borrar las
huellas de tus manos en mi piel.
Por qué recorriste
las veredas de mi alma,
si tu amor era solo una
pincelada errante,
una menudencia inútil, un antojo sin remedio,
una caricia tan
fugaz como la luz del relámpago,
una esquirla de deseo,
un fragmento de ilusión?
Te marchaste de mi lado y sentí las caricias de la brisa
sobre mi piel maltratada,
sobre mi pecho oprimido,
sobre mis entrañas
rotas, sobre mi cuerpo desnudo.
Fue una caricia
divina que me salvó del desastre.
Que me libró de un
desatino febril.
Ahora, curada y limpia, preñada de libertad,
de ilusiones y de gozo,
de amores y de alegría
podré recorrer los
mares en los veleros del sol
y jugar con las
sirenas en los piélagos remotos
donde no lleguen ni el
desamor ni el olvido,
donde no escuche tu
voz, ni beba los desatinos
del vino de tus lagares,
del mosto de tus palabras,
donde no anhele tus
besos, ni tus labios, ni tu risa
ni las yemas de tus
dedos, cuando recorrías mi cuerpo
en las
noches de locura y de pasión.
En CasaRosada a 30 de agosto de 2022
No hay comentarios:
Publicar un comentario