DÍA DE LOS SANTOS
Y DE LOS DIFUNTOS
El 1 de noviembre es
el día de todos los Santos, de todas las personas que han pasado por este mundo
haciendo el bien a sus semejantes, luchando por erradicar las desigualdades
entre los seres humanos y ayudando a los más necesitados con su trabajo y
esfuerzo cotidianos. De los que han sido personas íntegras y cabales, de los
que han ostentado coherencia entre su forma de hablar, de pensar y de actuar,
hayan subido o no a los altares de la Iglesia Católica.
Paralelo y
asociado al día de todos los Santos, va el día de los Difuntos, de todos
nuestros familiares, amigos y parientes fallecidos y, en definitiva, de
nuestros antepasados. Son días para evocarlos, para tenerlos presentes en
nuestro corazón y rezarles alguna oración rogando por el eterno descanso de sus
almas.
En estas fechas se
adecentan y arreglan los nichos, se adornan con flores y con objetos que emulan
lo sagrado, crucifijos, imágenes de santos, jarrones para poner las flores y fotos
de los finados. A partir del día 1 de noviembre, con gran devoción y respeto,
se frecuentan los cementerios para hacerles una visita a nuestros difuntos y rezar
una plegaria por ellos.
Desde las más
antiguas civilizaciones, se ha practicado el culto a los muertos. Todas las culturas han
tenido y tienen una rica experiencia sobre la muerte. En todos los lugares y
tiempos de la humanidad ha existido esa creencia en el más allá, después de la vida.
Semejante
actividad hemos podido descubrirla y estudiarla en varias culturas ancestrales,
unas remotas en el tiempo y otras más cercanas. Así, en el antiguo Egipto, los
faraones eran sepultados en grandes pirámides, que eran suntuosos palacios en
su interior, dotados de mobiliario, ropas, comida no perecedera y utensilios
personales para el uso del difunto. Claro que a los pobres no se les podía dar
el mismo tratamiento que a los faraones. Ellos eran sepultados en fosas comunes
y podían sentirse unos afortunados si no se les abandonaba en cualquier
depresión del terreno o cuneta, como ha sucedido en tiempos de guerras,
pandemias y desastres naturales. En otras necrópolis de la antigüedad, también ha
habido distintos tipos de enterramientos, siempre con diferencias entre las
clases.
En la actualidad,
en algunos países de Hispanoamérica, a los difuntos se les propicia un emotivo entierro
y, en estos días, un peculiar culto. En México, las familias se reúnen en torno
a la tumba de sus muertos y engalanan el entorno con flores y con objetos en
miniatura y a todo color que les recuerden a sus familiares difuntos (en estas
culturas se practica el fetichismo). Depositan los víveres sobre las tumbas y
allí comen los miembros de la familia e imaginan que también se alimentan los
fallecidos.
Ante se enterraban
los muertos en las iglesias. En Pegalajar, la ermita de Santa María, actual
ermita de la Virgen de las Nieves, y la Iglesia Parroquial de la Santa Cruz albergaron
a los difuntos de la villa, durante el siglo XVIII y la primera mitad del siglo
XIX, respectivamente. Después los enterramientos empezaron a hacerse en el
nuevo cementerio, ubicado a las afueras del municipio, en el Haza de Jesús.
La costumbre de
dar sepultura en los templos se potenció con la inhumación, en los mismos, de
los reyes y de los grandes mandatarios de los diversos países, para proporcionar
a estos ilustres difuntos más solemnidad, más esplendor y más privacidad. Terminar con la costumbre de hacer los enterramientos
en las iglesias fue un proceso largo y complicado, que se extendió hasta el
siglo XIX, porque tenía la oposición de los fieles y de las autoridades civiles
y religiosas. No obstante, alegando cuestiones de salubridad pública, pudo
lograrse.
En los pueblos de Sierra Mágina, existía
una rica tradición acerca de la devoción a las ánimas benditas del purgatorio,
que eran las almas que aspiraban a entrar en el cielo, pero que debían purgar
sus pecados en ese lugar, preámbulo de la gloria, que era el purgatorio. Desde
el siglo XVI y hasta el XIX, prevalece en las parroquias la cofradía de ánimas
benditas. En las localidades de esta comarca, se les tenía mucha devoción a las
mismas. La gente mayor recuerda cómo se les ponían lamparitas y se les rezaba
en sus hogares, para pedirles favores a cambio de rogar por ellas ante el
Altísimo, ofreciéndoles misas y oraciones por su eteno descanso.
Las tradiciones relativas al contexto de la muerte han
ido desapareciendo en las sociedades industrializadas, con el proceso de
urbanización y secularización de la vida. Pero hay lugares donde se han
preservado numerosas costumbres, que dan cuenta de la riqueza de las relaciones
sociológicas y simbólicas que se tejían en torno a los difuntos.
Últimamente, también se incinera a los fallecidos.
Esta medida es quizá más higiénica que la de dar sepultura al cadáver. Las
cenizas las guardan los familiares en un cementerio o las dispersan en un lugar
concreto o en las aguas del mar.
La Iglesia
recomienda que los cuerpos de los difuntos sean sepultados en cementerios u
otros lugares sagrados. Estas recomendaciones son parte de las nuevas
instrucciones que la Congregación para la Doctrina de la Fe, el
órgano del Vaticano que se encarga de regir sobre la doctrina católica, publicó
con aprobación del papa Francisco. La Iglesia no se opone a la cremación por
razones higiénicas, económicas o sociales, pero el nuevo documento marca el
cambio más grande a su instrucción. "Las cenizas del difunto, por regla
general, deben mantenerse en un lugar sagrado, es decir, en el cementerio o, si
es el caso, en una iglesia", o en algún lugar con jurisdicción
eclesiástica, ordenan las instrucciones Ad resurgendum cum Christo.
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