Olvidaste el amor sobre mi pecho desnudoen ese ir y venir de macilentos ocasos.
Mi corazón, herido de dolor,
negó los besos al alba y las caricias al sol
y un rugiente destello de furor,
como un vendaval de espasmos,
nubló el tafetán de mis pupilas.
Soledad y desamparo en las alcobas
mortecinas y dolientes de la noche,
es lo que, a diario, viví desde entonces,
para acunar la melancolía
en el fondo visceral y amargo
de todos los espejos quebrados de mi cuerpo.
Te fuiste lejos de mí, como un huracán de furia.
Te alejaste de mí, sediento de otras lagunas, de otros lagos,
de otros mares, cuyas aguas amorosas te mecieron,
con un sutil oleaje de pasión y de espumas blancas,
al son de la amanecida.
Vomitaste contra mí luz marchita y desamor
en el puñal de los vientos.
Las flores, mustias, en mi corazón
—caracolas moribundas y esperpénticas
en los mares de la ausencia y
en el olvido de los rincones—
bruñeron sus pétalos con languidez
y abrieron sus corolas de tristeza,
salpicadas de tintes sombríos,
para apagar la fogata de tu enojo
con las diamantinas lágrimas,
como gotas de rocío, que brotaron de su cáliz,
desbordando los valles de mis mejillas.