Como esos amores rotos o perdidos,
que jamás podrán hallarse en los brazos de la vida.
Como esos amores tristes que siquiera se han besado,
ni se han cogido las manos para medir el cariño,
ni han bebido, jubilosos, en la boca del deseo,
o se perdieron un día, en las olas de la niebla,
o los mató la desidia, la pena o el desamor,
los árboles de los parques de mi pueblo
han entregado sus hojas sin remisión
a las furias agónicas del temporal,
a la ira cruel de los crespones del aire.
Ya no podrán proteger las ansias
que crecen en lo más hondo del alma.
Han volado como palomas heridas
por esos cielos ampulosos y oscurecidos.
Han escalado los andamios
del abismo para desfallecer silenciosas
en las solitarias necrópolis del dolor.
El amor es una ola que se mece
en los anhelados mares de la ilusión,
y se pasea en una barca sin remos y sin timón,
navegando a la deriva por aguas tumultuosas.
Se va estancando en el pecho y nos hiere
las entrañas. Se incrusta como una daga
en las laderas del corazón y se apodera del alma,
de la mente y de todo cuanto posees,
desgarrándote la médula, la garganta
y los luceros que alumbran todo tu ser.
Es devastador y huraño
cuando no es correspondido.
Si te ha herido el desamor,
levántate, como una hoja caída,
de ese árbol, despojado de ropajes,
cuyos harapos revolotean imperturbables,
en el ese viento antagónico del invierno,
y pídele a una estrella que te deje iluminar,
con sus rayos, la noche de tu tristeza.
En CasaRosada, 2 de enero del 2022
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