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Pegalajar, Jaén, Spain
Gracias por venir a recorrer estos senderos literarios que han brotado de una fontana silenciosa, sedienta de emoción y de calma. Gracias por leer estos poemas, por beber su aliento, por respirar su aroma, por destilar su esencia, por libar su néctar. Sabed que han brotado de un corazón anhelante que sueña con ser luz y ternura, primavera y sueño, calidez y verso. Mientras lo consigo sigo escribiendo, soñando, amando, enseñando, viviendo y cantando a la vida y al amor, al mar y a la tierra, a la tristeza y al llanto, al suspiro de la brisa y al deseo de los espejos, a la melancolía y a la nostalgia. La vida es como un poema que, en unas ocasiones, nos abre las puertas de paraísos ignotos, de hermosas praderas cuajadas de florecillas silvestres, de exóticos jardines, de luminosas estancias donde germinan los sueños y donde se gesta el amor, pero en otras nos aboca al temblor de los fracasos, al dolor de las heridas, al vacío de las ausencias, al llanto de las tormentas, al furor de las ventiscas, al horror de las contiendas y a la tupida oscuridad de una noche sin luceros. Espero que seas feliz mientras bebes agua de los manantiales de la poesía, de las fontanas del verso.

jueves, 8 de diciembre de 2022

ENTREVISTA A LA AUTORA ENCARNA GÓMEZ VALENZUELA, POR ISMAEL LÓPEZ POLO, ESTUDIANTE DE PERIODISMO. LA CARA ES EL ESPEJO DEL ALMA

 


                                    LA CARA ES EL ESPEJO DEL ALMA

            Dicen que la cara es el espejo del alma, pues la de Encarna debe estar repleta de luz. “Tuve muchas dificultades para acceder a los estudios porque mis padres se oponían totalmente”, decía la escritora nacida en Pegalajar, Encarna Gómez Valenzuela. Son las 12 en punto de la mañana. Toco el timbre. “Sí señor, super puntual. Sube.” Con una gran sonrisa en la cara y la ilusión de un niño pequeño en Reyes Magos, así me recibió Encarna en su casa. “Estoy bien, con muchas ganas de trabajar, de escribir y de vivir. Toma asiento por favor”, fueron sus primeras palabras.

            El recibidor del bloque de pisos estaba súper iluminado, parecía que hubiese mil luces encendidas, pero era luz natural. Todo repleto de ventanas, macetas y plantas de interior. Sobre todo, macetas, prácticamente una por escalón. Había muchísimo verde por todos lados, como si de un jardín botánico se tratase. Al llegar al primer piso, ahí estaba ella esperando en la puerta con un jersey azul marino, encima de una camisa, una falda verde larga y el pelo recogido con un par de horquillas. En el salón, todo super ordenado, pero no había ni un hueco sin ocupar, no cabía un alfiler. Todo lleno de cuadros, jarrones, flores y objetos. Además, estaba también súper iluminado, con luz natural por supuesto, proveniente de dos grandes balcones. Nos sentamos en dos sillones verdes a los lados de un sofá verde y con un espejo encima que ocupaba casi toda la pared. Enfrente del televisor.

            —¿Cómo te describirías a ti misma? — rompo el hielo, tras unos minutos de toma de contacto. —. Muy luchadora, desde que nací, con muchas ganas de aprender siempre y una superación constante —decía Encarna.  — Tuviste un pasado difícil, ¿no?


            A raíz de aquí a Encarna se le escapa una pequeña sonrisa, como si por un instante hubiese regresado a aquellos momentos. “Tuve que estudiar clandestinamente, por las noches. Hasta que mi madre se dio cuenta y me apagaba los fusibles”. Quizá por eso, esa maravillosa costumbre de tener todo lleno de rayos de sol. “Pero, en fin, tanto fue mi impulso por los estudios que lo conseguí. Y lo conseguí porque Juan, mi marido, me ayudó mucho. Cuando empezamos de novios él ya era maestro. Pero bueno, yo de la educación general básica, que antes era una escuela sexista, aprendí mucho. Yo salí de allí sabiendo todas las reglas ortográficas y escribiendo con mucha soltura. Estamos hablando de, más o menos, finales de la década de los 60 y principios de los 70. Me presenté a un examen para una beca y me la concedieron. A raíz de aquí mis padres fueron un poco más permisivos, pero siempre estaba el “cuando llegue la aceituna tienes que venirte”.

            Para Encarna su pueblo y el agua de La Charca, estanque ubicado en el centro del pueblo como icono principal sobre lo que todo gira, es lo más grande, se nota en los marcos que tiene en la casa y es su gran fuente de inspiración, siempre habla sobre sus rincones en sus libros, sus poemas o su blog. “La Charca siempre ha sido para mí una gran inspiración, lástima que esté ahora mismo seca. Cuando yo era pequeña, mi padre era regador y teníamos una viña con frutas. Pasábamos por La Charca y siempre estaba radiante y llena de agua, eso me ha dejado a lo largo de mi vida muchísima huella”, declara la escritora, a la que se le revuelve el alma de emoción al hablar sobre el tema.

            La cabeza de Encarna viaja a la velocidad de la luz, siempre va más allá de la conversación. Siempre tiene algo más que contar, constantemente recuerda su pasado con emoción y muchas ganas de transmitirlo. “Yo siempre leía y escribía poesía, sentía la necesidad de ello. Pero, un día, a mi cuñado Joaquín, le encargaron desde el ayuntamiento escribir un libro de cuentos e historias de tradición oral”, dice la mujer. No se le escapa un detalle. “Él sabía que yo tenía muchas historias de mi infancia y que mi abuelo paterno me había contado y me animó a participar. Entonces, en ese libro empecé a escribir los cuentos que me contaba mi abuelo. Cuando terminé, me planteé que me había gustado muchísimo y me pregunté: ¿Por qué no sigo escribiendo? A raíz de aquí empecé con los relatos y a leer mucho, que es la base de cualquier aprendizaje relacionado con la literatura en general. Así empecé, y llegó un momento en el que me presenté a concursos y gané algunos. Pero los dejé porque me ocupaban mucho tiempo con el trabajo y todo”. Premios y reconocimientos tiene a raudales, lo demuestran las placas y diplomas que tiene encima de la tele y dentro de los dos muebles de cristal de al lado, de distintos ayuntamientos e institutos, llenas de agradecimientos.

            A pesar de todo, y ante la pregunta de cuánto suele dedicar a la escritura, llega ese golpe de realismo y humildad que la baja por un instante a poner los pies en la tierra: “Para una ama de casa es complicado”. Es aquí cuando aprovecha para lanzar una pequeña exclusiva y volver a esa ilusión permanente: “Pero aun así, estoy escribiendo continuamente, siento la necesidad constante de escribir poesía. Me gustaría ponerme más en serio con la novela, porque estoy escribiendo la segunda parte de Tiempo de vivir”.

            El ansia por querer dar su punto de vista y dejar todo muy claro, no me deja, a veces, ni formular la pregunta. Poco a poco, se va convirtiendo en una especie de monólogo fascinante. — ¿Qué costumbres o manías tienes a la hora de escribir? ¿Papel u ordenador?

             — Empecé escribiendo en papel, pero era muchísimo lío para luego pasarlo, así que ahora, escribo a ordenador. Pensé que no iba a saber manejarme con el ordenador, pero sí. Mi marido pone la tele, el fútbol o lo que sea y yo estoy en mis cosas, es decir, no me aíslo totalmente, puedo escribir con varias cosas a la vez.

            — A eso iba yo, ¿no necesitas entonces exceso de concentración? — No, y esta capacidad me permite mucha facilidad porque si no tendría que irme sola a una sala que tengo como biblioteca y me gusta estar acompañada, aunque sea con la televisión encendida.

            La última novela de Encarna ha sido un éxito, como esta charla. La protagonista, Elvira, es periodista en París. Un personaje curioso con una profesión que quizá haya despertado algo en Encarna, que rebosa sabiduría y le salen los versos y las palabras de periódicos y libros por las orejas. “Yo necesitaba que fuera una periodista para contar lo que tenía que contar. Periodismo tiene que ser una profesión bonita”, dice la pegalajeña, que no duda un instante en volver hacia su terreno. “Pero, a mí me gusta mucho más la educación y la enseñanza y en eso me he volcado. Me ha llenado plenamente. Es más, cuando yo estaba en el colegio pensaba: me pagan por hacer lo que me gusta, soy plenamente feliz. Me gustaba tanto enseñar, que me sentía realizada y satisfecha. Los niños pequeños muchas veces venían, me daban un abrazo y yo me sentía muy feliz. Estaba tan feliz enseñando que creía que lo iba a pasar muy mal cuando lo dejase. Luego ya me dediqué a la literatura y no. Gracias a Dios he encontrado donde vaciarme y dejar toda la energía que yo he tenido siempre para no quedarme sola sin tener nada que hacer”. Cada vez que decía la palabra ‘feliz’, representaba en su rostro ese sentimiento.

             — ¿Te gusta París?

             — Me encanta. Algunos lectores me han llegado a preguntar que si he vivido en París. Es la ciudad del amor, la ciudad de la luz. He estado dos veces—. “Yo no escribo para ganar dinero. El dinero es necesario, pero no es tan importante. Lo hago por realización personal, por aprender, relacionarme con otra gente, escritores…”, afirma contundente. Otra vez con su afán de querer dejar todo bien atado. De dejar clara su personalidad. He aquí el punto definitivo. La demostración de cómo es y cómo ha sido Encarna a lo largo de su vida. Su lucha constante:

            — ¿Alguna vez te has planteado dejarlo? Me refiero al tema de la escritura y eso.           — Me pasa todo por la cabeza, pero no le veo final. Seguiré escribiendo hasta que tenga facultades para hacerlo —responde Encarna con emoción.

            Y es así como decidimos poner fin a esta entrevista. Con una mujer a la que las ganas de vivir y seguir aprendiendo no paran de hacerle soñar. Ella no se pone límites, tiene la mente más abierta que nunca.

                                                                                   Ismael López Polo GR2












 

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