Después de acabar el
estado de alarma sobre la pandemia del COVID-19, y de ser opcional llevar
mascarilla en los espacios abiertos, cuando no hubiera aglomeraciones, en
España han continuado los contagios. ¿Qué está pasando? ¿Es que no hemos hecho
bien los deberes? Algo de eso hay, porque a pesar de que ya mucha gente está
vacunada, otros se están contagiando. Ahora, con una realidad muy distinta a
las anteriores, con una excepcionalidad alarmante: es la gente joven la que más
se contagia, la que creía que eso era cosa de ancianos.
Anteriormente, se
contagiaron los mayores, pero la situación atroz está demostrando que, en el
planeta Tierra, todos somos vulnerables a este virus, y que la inmunidad solo
podremos conseguirla mediante la vacuna y, además, habremos de seguir guardando
las normas establecidas para no contagiarnos y evitar que la pandemia continúe
haciendo estragos.
Queridos jóvenes, aquí
todos navegamos en el mismo barco y, si los mares por los que llevamos el rumbo
están en calma, tendremos paz y sosiego, pero si son tempestuosos, habrá que
remar todos a la vez y en la misma dirección: gente joven, de edad media y
mayores, ayudándonos unos a otros para evitar el naufragio. Así podremos salvar
las situaciones difíciles de nuestro navío. Si no se hace de este modo, nos
iremos todos a pique y sucumbiremos en la desoladora tempestad de la pandemia, como
sucedió con el Titanic que se hundió en las aguas del océano.
En todas las comunidades,
la incidencia de la pandemia sigue y los gobiernos autonómicos están
preocupados por no poderla contener. El gobierno andaluz ha tomado medidas con
las que detener su extensión. En algunos lugares, se están descubriendo casos
de contagios, en residencias, en campamentos, en colegios y en otros espacios
donde se agrupan las gentes, jóvenes o mayores, y algunos, aunque estén
vacunados, se contagian.
Estamos viendo que la
única solución a este problema es que todos estemos vacunados y, a pesar de
ello, es fácil que no logremos erradicar el virus de nuestro entorno. Afortunadamente,
ya hay un buen porcentaje de personal vacunado. Ahora les está tocando vacunarse
a los adolescentes.
Hemos comprobado que todas
las vacunas contra la COVID son válidas y nos están inmunizando y dándonos
alientos de vida. Si se pensó al principio que la AstraZeneca era la peor de ellas,
pronto comprendimos que eso solo era un bulo, e ignoramos quién lo propagó. Hay
quienes dicen que fueron las farmacéuticas, que lo difundieron con intereses
económicos, pero no ha podido demostrarse nada. Con el transcurso del tiempo,
descubrimos que todas las vacunas tienen un margen de riesgo, igual que los
medicamentos que ingerimos, y que no debemos desdeñar ninguna, porque todas
salvan vidas y nos protegen del rigor del virus.
Muchas personas salen a
la calle con mascarilla, incluidos algunos jóvenes, aunque ya no sea
obligatorio llevarla en los espacios abiertos donde no haya aglomeraciones y
las distancias puedan guardarse, pero una vez que llegan a los bares y a las
terrazas de verano, empiezan a beber, y claro, la mascarilla estorba; pues se coloca
en el brazo, y aquí no hay problemas. Se olvidan de ponérsela de nuevo, y
siguen bebiendo y conversando alegremente, acercándose unos a otros y
compartiendo vasos, cigarros, risas, diversión y cercanía. Se olvidan de que el
maldito virus continua entre nosotros y nos está acechando siempre.
Ya se ha instaurado la
quinta ola del coronavirus con los jóvenes como protagonistas. Los hospitales y
las UCIs no están colapsados, pero los sanitarios sí están cansados de tanto contagio.
Además, los enfermos que padecen otras patologías diferentes, tienen que
permanecer relegados por la urgencia de atender a los enfermos de COVID. Y
muchos mayores, aunque estén vacunados, se están contagiando, pero no por dejar
de practicar las medidas restrictivas impuestas para la pandemia, sino por
haber sido contagiados por la gente más joven, sus nietos, sobrinos u otros
familiares.
Además de la pandemia, ahora tenemos otro problema en
nuestro país: El Tribunal Constitucional ha
declarado la nulidad de
algunas medidas previstas en el decreto del estado de alarma
promulgado por el Gobierno en marzo de 2020, en pleno estallido de la pandemia.
Esta resolución es una grave contrariedad para el Ejecutivo, que promovió el decreto.
Afecta también al Legislativo, que lo ratificó. El fallo debe ser respetado y
acatado. Lo que no impide que se pueda especular sobre este y sobre el contexto
que lo rodea, porque tiene aspectos confusos.
Se dice que las medidas de confinamiento previstas en
el decreto supusieron una limitación de derechos fundamentales, admisible en el
estado de alarma, o una suspensión, posible solo bajo los de excepción y de
sitio. Y aquí preguntamos: ¿Qué más da estado de alarma que de excepción? Todo
se hizo para evitar los contagios y salvar vidas. ¿Por qué meterse en tantas
polémicas, si el auténtico problema aún no lo hemos solventado? Otro elemento
fundamental es la interpretación de la ley orgánica que por mandato
constitucional regula la materia. Esta prevé, sintetizando, que el presupuesto
para el estado de excepción es un desafío al orden público, mientras que para
los retos sanitarios se prevé expresamente el estado de alarma. En estas
cuestiones, el Constitucional se decanta por considerar que hubo suspensión, e interpreta
que la gravedad de la pandemia supuso un desafío de orden público, concepto
habitualmente más bien vinculado a crisis políticas. Aclara que debió recurrirse al estado de
excepción. Estos
argumentos encuentran fuerte oposición por parte de eminentes juristas, que ni
creen que hubo suspensión, ni que había amenaza de orden público y que, con
razonables reflexiones, rechazan esa interpretación. Veremos en qué queda esta
polémica. Mientras tanto, seamos prudentes y sigamos cumpliendo las normas
impuestas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario