Anochece lentamente,
entre nubes sonrosadas,
entre luces que te desgarran la médula,
entre haces encarnados de nostalgia,
que te atrapan en las olas jubilosas del amor.
La dulce brisa de mayo se iba enredando despacio
entre la seda de un verso, entre la luz de un poema,
entre la blonda ondulada de la ansiada cabellera,
y la luna renacía llena de paz y esperanza.
Las estrellas se asomaban por el borde de los cielos
para deshacer las sombras que nos traía la noche.
Dónde estabas esta tarde, amado mío,
dónde te hallabas, cuando la luz deslumbraba mis
pupilas
con una linda paleta de jubilosos colores:
sonrosados, amatistas, encarnados, amarillos,
de melancolía y de calma.
Dónde estabas, cuando el viento se enredaba
entre las flores, incipientes de los árboles del
parque,
en la savia que renace en nuestro pecho.
Dónde estabas, cuando la tarde languidecía,
entre suspiros amargos de soledad.
Dónde te hallabas. Yo no te vi
cuando estaba anocheciendo, cuando volaban
las nubes llenas de amor y de agua por el espacio
infinito.
Cuando los niños corrían entre risas jubilosas.
Por qué no me respondías esta tarde,
cuando te estaba llamando con los latidos del alma.
En quién estabas pensando,
cuando mi alma vibraba entre los hilos del aire.
Por qué no me contestabas,
cuando la luz desbordaba los senderos de mi amor.
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