Hola encarna te deseo una feliz primavera y tengo que decir que me gustó
mucho tu novela La furia del viento. En Valencia no la encontraba y me la
trajeron aquí. Leyéndola recordé mi niñez, mi familia, la escuela, los juegos infantiles
y todas las travesuras hechas en el pueblo. me ha encantado. Me enganché desde
el principio y disfruté mucho leyéndola. Gracias.
Gracias,
Manolita, por ser una buena lectora. Tu opinión me eleva el ánimo y me ayuda a seguir
escribiendo. La finalidad de un escritor/a es llegar a sus lectores y tocarles
la fibra sensible. En esta ocasión, mi novela ha cumplido su objetivo. Gracias.
A través del sufragio, sin violencia, sin actos vandálicos, sin derramar una gota de sangre aquel 14 de abril se proclamó la segunda República. La productora Fox Films grabó lo que hoy en día es uno de los mayores tesoros históricos de la proclamación de la II República española. Gracias a ese registro podemos escuchar los sonidos del amanecer de una nueva era.
Dos días antes y tras la apabullante victoria de los políticos
republicanos en las elecciones municipales comenzaban a cambiar las tornas.
Primero fue Eibar, posteriormente Sahagún y Jaca, por la tarde Madrid,
Barcelona y Valencia. En la mayoría de los ayuntamientos de España comenzaba a
ondear la bandera tricolor.
Ese beso tan sutil, tan esponjoso
tan gentil, tan entrañable,
tan sincero y tan etéreo,
que me robaste un día,
aún lo llevo adherido
al contorno de mis labios.
Aún me caldea la boca,
el pecho, el vientre y los ojos.
Deambulando va a su antojo
por los jardines del alma,
por las laderas del pecho,
por los parajes del corazón.
Aún me quema las entrañas,
me sube por la garganta
y me acaricia la lengua,
los dientes y las encías,
el paladar y la boca.
Aún enciende sus hogueras
en el caudal de mi sangre.
El
viento ruin de los desengaños
soplaba,
monte abajo, entumecido.
Lentamente
envolvía el Gólgota
con
telarañas de ausencia.
Espejo
de luciérnagas eran las pupilas del día.
La sangre de las heridas
empapaba
la tierra con timidez
y
hundía en la desolación
el
verde azulado de la hierba.
El
cielo se oscurecía
con
mil nubarrones negros.
El
sol iba declinando. Súbitamente,
tiñó su luz de tinieblas.
La
tarde se estremeció, al instante
sus
entrañas vomitaron sangre y agua.
Los
muertos fueron ganando
la
guerra a los camposantos.
Hiel y tierra, fuego y agua,
luz
y sombras. Danza febril, polvareda
de
elementos que acercaron el ocaso.
Llovía tortura y espanto,
sangraba
la tarde oscura.
Estupor
en los tejados de las casas,
quemazón
en el fondo de las vísceras.
Los corazones temblaban
y
el alma, ya redimida, se elevaba
sobre todo lo terreno.
En
la túrbida lejanía del tiempo
y
de todas las distancias anheladas
ladraban algunos perros.
Llanto
de desolación, gemían los vientos,
como
torpes plañideras de la tarde.
Una
corona de espinas llevaba el rey.
Su
mirada era un telón de melancolía
sus
palabras, faros de la oscuridad.
Su voz clamaba sedienta.
“Tengo
sed” susurró el reo de muerte,
y le acercaron vinagre.
Su
piel destilaba ausencia, su cuerpo dolor y llanto.
Luego
exhaló un gran suspiro
y
abandonó esta tierra de tormento.
Contigo, mi buen Jesús, se perdió mi
corazón
en
ese mar infinito de tristezas y de fobias.
Cristo
vencido moría en la cruz.
Cristo, con la cruz a cuestas,
camina abatido y silencioso,
sudoroso y afligido,
ajeno al bullicio externo,
lastimado por las llagas de
nuestros propios pecados,
ensimismado en su pena,
herido por las ofensas,
hundido por su dolor.
A Él le tocó cargar
con las faltas y extravíos
de todo el género humano.
Treinta y tres años tan solo
y lo aplastó la vergüenza
de nuestras malas acciones,
Su madre lo va siguiendo,
dolorida y cabizbaja,
va compartiendo el calvario.
Su corazón traspasado
por la espada del dolor.
Sus ojos lloran rocío,
perlas de remotos piélagos.
Su alma partida en dos,
una acompaña a su hijo
y otra a los pecadores
que también somos sus hijos.
Madre, enséñanos a sufrir,
a cargar con nuestras cruces,
a llevar nuestras miserias
ante Jesús Nazareno.
A soportar los reveses
que la vida nos depare.
A humanizar el dolor.
A ofrecérselo a tu Hijo.
Él lo transformará en gloria
para que, a la hora de la muerte,
podamos gozar por siempre
de su presencia divina.
Un
hermoso Jueves Santo, tan lejano ya en
el tiempo pero a la vez tan actual, instituiste la Eucaristía. Convertiste el
pan en tu cuerpo y el vino en tu sangre y te ofreciste, generoso, como alimento
de nuestras almas. No quisiste dejarnos solos y te quedaste en el Sagrario.
Gracias, Señor, por permanecer tan cerca de nosotros. Por hacerte Eucaristía,
por enseñarnos a ser generosos, a perdonar las ofensas y a olvidar los
agravios. Sin embargo, las tareas cotidianas, la comodidad y la indolencia, nos
impulsan a abandonarte y a olvidarte. Los afanes de la vida nos curten en
indiferencias y lejanías. Nos diste el Mandamiento Nuevo, el mandato del amor.
“Amaos unos a otros como yo os he amado.
En esto conocerán que sois mis discípulos”. Pero no hemos seguido tu
mensaje, Señor. Somos soberbios, egoístas y avaros. Nos enzarzamos en necias
disputas, despreciamos al pobre, humillamos al sencillo, avasallamos al
indefenso, herimos al frágil y vulnerable, cerramos nuestra puerta al
extranjero que viene de la pobreza y encallecemos nuestros sentimientos para no
apiadarnos del desgraciado.
Flores blancas y hojas verdes
lleva el Cristo de la Columna entre sus pies,
pasos cortos, despaciosos por las calles de
mi pueblo.
Su espalda, una dimensión de heridas
sangrantes,
a modo de torrenteras, que dan fe de su
dolor.
Sus hombros, dulces aristas, desgarradas,
que se preparan para cargar con la Cruz.
Lo llevan los costaleros, cargado sobre sus
cuerpos
Jóvenes que viven sacrificio y devoción, al
mismo tiempo
Silencio, soledad y amor suscita Cristo en
los corazones
mansedumbre de saetas en poemas y añoranzas.
Brillan las olas del aire en la tarde de
pasión.
Señor, ¿quién flageló tu cuerpo?
¿Quién te hizo esas heridas sangrantes,
por las que, además de sangre y agua,
surge amor y sufrimiento a borbotones?