desnuda de pájaros y de céfiros,
de tenebrosas oquedades
estériles
y de seres ateridos por la
helada.
Los dulces senos del otoño
han dejado de manar leche y miel
en esta tierra marchita.
Han congelado el pálpito del
amor
por las sombrías veredas
de la inclemente noche invernal.
Una esquiva bocanada de cierzo,
azota las esperanzas que
abrigaba el olivar
en su mullida entramada de
ramajes.
Silba el viento en las camadas,
zigzagueante y siniestro,
y con sus manos de fría ventisca
agita la entraña de la aceituna,
morada y negra, azabache,
que tiembla bajo su gélido
aliento.
Es el invierno que ruge
muy cerca del corazón,
con su manantial de escarcha
y empaña la nitidez del espejo
del agua en el riachuelo
y en esos ingentes cielos
cubiertos de tupidos
estandartes,
oscuros y enmohecidos,
que embotan las caricias en el
alma.
ENCARNA GÓMEZ VALENZUELA
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