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Pegalajar, Jaén, Spain
Gracias por venir a recorrer estos senderos literarios que han brotado de una fontana silenciosa, sedienta de emoción y de calma. Gracias por leer estos poemas, por beber su aliento, por respirar su aroma, por destilar su esencia, por libar su néctar. Sabed que han brotado de un corazón anhelante que sueña con ser luz y ternura, primavera y sueño, calidez y verso. Mientras lo consigo sigo escribiendo, soñando, amando, enseñando, viviendo y cantando a la vida y al amor, al mar y a la tierra, a la tristeza y al llanto, al suspiro de la brisa y al deseo de los espejos, a la melancolía y a la nostalgia. La vida es como un poema que, en unas ocasiones, nos abre las puertas de paraísos ignotos, de hermosas praderas cuajadas de florecillas silvestres, de exóticos jardines, de luminosas estancias donde germinan los sueños y donde se gesta el amor, pero en otras nos aboca al temblor de los fracasos, al dolor de las heridas, al vacío de las ausencias, al llanto de las tormentas, al furor de las ventiscas, al horror de las contiendas y a la tupida oscuridad de una noche sin luceros. Espero que seas feliz mientras bebes agua de los manantiales de la poesía, de las fontanas del verso.

lunes, 18 de marzo de 2024

RESEÑA DEL LIBRO LAS CORTES DE COGUAYA DE ÁNGEL GARCÍA ROLDÁN A CARGO DE LA AUTORA ENCARNA GÓMEZ VALENZUELA

 


Esta novela, contada en tercera persona, sucede en un pueblo minero de una localidad colombiana. El pueblo está dominado por una familia castellana: los Almeida; el padre, ya fallecido; la madre, a la que todos denominan la doña Nati; Gaspar, el hijo mayor, que vive con su esposa Dorángela en esa mansión y organiza la mina. Benito, el hijo mediano, médico de profesión, enemistado con su familia por causas extrañas y emparejado con una mujer de un exuberante físico, llamada Gladys, a la que muchos varones desean. Por último, el hijo menor, Gabriel, de cuerpo enfermizo y mente inferior, pero apto para la actividad sexual, al que la madre, en su demencia, viste de mujer por el gran deseo que experimenta de tener una hija. 

         Esta familia es dueña de la mina y de una gran mansión, a la que todos llaman la Casona, que está situada en la ladera de una colina desde donde se domina la localidad de Coguaya. Toda la actividad del pueblo gira en torno a esa familia y a su colosal, inmensa y majestuosa residencia, digna de grandes señores. 

         Hay varios factores en los que se advierte la decadencia de los invasores, de la clase dominante, y se muestran en esta familia castellana e invasora, principalmente en la demencia de la señora, que lo maquina todo a su antojo. En la esterilidad del hijo mayor. En la lejanía y discordia practicada con el hijo mediano, que llegará a cobrarse una importante factura en la familia. Y en el hijo menor, retrasado en cuerpo y mente, que es pacto de las locuras y maquinaciones de la madre, al vestirlo de mujer delante de todo el mundo. Pero dada su imbecilidad, nunca es capaz de enfrentarse a su progenitora. Gabriel vive feliz en la mansión porque lo dejan jugar como a un niño. Como contraposición, puede demostrar su hombría yaciendo con su cuñada Dorángela, en ausencia del marido, del que ha descubierto su esterilidad. Esta mujer anhela concebir un hijo que sea el heredero de los Almeida.

         La clase dominante, los conquistadores de las Américas: militares, políticos y el clero, se enfrentan y se imponen a una población pobre, ignorante y supersticiosa, a la cual domina con la fuerza de las armas, el poder de la cultura y la liquidez de la riqueza.    

       

    Es admirable el gran elenco de personajes que habitan las páginas de esta novela corta, en la que no faltan las brujas, y sus patéticos hechizos misteriosos, las supersticiones, la muerte como algo detestable que ronda alrededor de los protagonistas, el hondón al que se tiran los cadáveres, la negra Dalila, con cinco hijos y el que venga, cada cual con un hombre distinto. Tampoco falta la calle y la casa de las prostitutas, una de ellas muda y la madama que rige este lupanar de lenocinio Cilia « la Dios sabe». También aparecen los militares, los políticos, los representantes del orden como el comandante Bedoya, caracterizado por su mal del ano y el flujo fétido del mismo, que tanto lo importuna. Su vida se va contando a través de toda la novela. Sus palabras son reflexiones profundas de supervivencia: para sobrevivir hay que ser implacable hasta en los más ínfimos detalles. Así pues, anotaba las afrentas en la agenda del odio, para poder tomar venganza de las mismas. En un duelo, mata a un inocente para tomar venganza por una afrenta de amores. 

         El clero está representado en el padre Silva, un borracho empedernido, cuya vida es tragicómica y dolorosa, por eso no puede confesar ni perdonar los pecados. En este cura se materializa todos los malos olores.  Los servidores de la familia Almeida cuyo representante es Cárdenas, un hombre cuya envergadura simboliza la importancia de elegir a los más corpulentos y forzudos para proteger a la familia y sus intereses. Riascos, un negro que no quiere serlo y se pinta la cara y que regenta una de las tabernas del pueblo. Los hermanos Jaramillo, uno ciego que asiste a las fiestas y el otro con sus anteojos ve todo lo que sucede en la ciudad y se lo cuenta al hermano. Aparecen personajes muy peculiares como Reinaldo «el Platas», hombre con dinero, «Tirofijo», el hombre de los ojos verdes. Julema una prostituta que busca a Bedoya, pero a la que él desdeña, y muchos más personajes, todos ellos bien encajados en la historia. Cada cual está identificado con alguna particularidad.        

Es sorprendente además la meticulosidad del autor para fijarse en los más ínfimos detalles, que realizan seres pequeños o grandiosos y describir cómo se muestran y cómo realizan la actividad asignada por la naturaleza: las moscas, las chicharras, las mariposas, los pájaros, los olores, los caballos, los jinetes, el sol, la lluvia, las nubes, etc.

A lo largo de todo el libro podemos ver magníficas descripciones, de personas, de lugares, de habitáculos como las tabernas, preciosas metáforas e importantes e inusitados símiles.

El libro ostenta un lenguaje luminoso, preciso, original y creativo que se va distribuyendo para describir personajes y lugares, sin dejar de atender a las necesidades del guion ni a la voluptuosidad del marco físico. También se recrea en los diálogos el habla popular de los indígenas.    

Al final, el día de Navidad y cumpleaños de la doña Nati, cuando la clase dominante está en la Casona para celebrar la fiesta y los indígenas, negros, mulatos, mestizos, etc. están en la puerta, esperando la generosidad de la señora, mediante lanzamiento de bienes comestibles y que se abran las puertas para ingerir algo del sobrante de la abundante pitanza, esta novela despliega un enfrentamiento brutal, sangriento y espantoso de destrucción, terribles matanzas y asesinatos, incluso venganzas familiares, con grandes trazos apocalípticos, al que se añadirá la acción de la guerrilla. El jardín y la plaza del pueblo aparecen sembrados de cadáveres. 


 

 

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