Esta novela, contada en
tercera persona, sucede en un pueblo minero de una localidad colombiana. El
pueblo está dominado por una familia castellana: los Almeida; el padre, ya
fallecido; la madre, a la que todos denominan la doña Nati; Gaspar, el hijo
mayor, que vive con su esposa Dorángela en esa mansión y organiza la mina. Benito,
el hijo mediano, médico de profesión, enemistado con su familia por causas
extrañas y emparejado con una mujer de un exuberante físico, llamada Gladys, a
la que muchos varones desean. Por último, el hijo menor, Gabriel, de cuerpo
enfermizo y mente inferior, pero apto para la actividad sexual, al que la
madre, en su demencia, viste de mujer por el gran deseo que experimenta de
tener una hija.
Esta familia es dueña de la mina y de una gran mansión, a la que todos llaman la Casona, que está situada en la ladera de una colina desde donde se domina la localidad de Coguaya. Toda la actividad del pueblo gira en torno a esa familia y a su colosal, inmensa y majestuosa residencia, digna de grandes señores.
Hay varios factores en los que se advierte la decadencia de los invasores, de la clase dominante, y se muestran en esta familia castellana e invasora, principalmente en la demencia de la señora, que lo
maquina todo a su antojo. En la esterilidad del hijo mayor. En la lejanía y
discordia practicada con el hijo mediano, que llegará a cobrarse una importante
factura en la familia. Y en el hijo menor, retrasado en cuerpo y mente, que es
pacto de las locuras y maquinaciones de la madre, al vestirlo de mujer delante
de todo el mundo. Pero dada su imbecilidad, nunca es capaz de enfrentarse a su
progenitora. Gabriel vive feliz en la mansión porque lo dejan jugar como a un
niño. Como contraposición, puede demostrar su hombría yaciendo con su cuñada
Dorángela, en ausencia del marido, del que ha descubierto su esterilidad. Esta
mujer anhela concebir un hijo que sea el heredero de los Almeida.
La clase dominante, los conquistadores de las Américas:
militares, políticos y el clero, se enfrentan y se imponen a una población
pobre, ignorante y supersticiosa, a la cual domina con la fuerza de las armas, el
poder de la cultura y la liquidez de la riqueza.
Es admirable el gran elenco de personajes que habitan las
páginas de esta novela corta, en la que no faltan las brujas, y sus patéticos hechizos
misteriosos, las supersticiones, la muerte como algo detestable que ronda
alrededor de los protagonistas, el hondón al que se tiran los cadáveres, la negra
Dalila, con cinco hijos y el que venga, cada cual con un hombre distinto.
Tampoco falta la calle y la casa de las prostitutas, una de ellas muda y la
madama que rige este lupanar de lenocinio Cilia « la Dios sabe». También
aparecen los militares, los políticos, los representantes del orden como el
comandante Bedoya, caracterizado por su mal del ano y el flujo fétido del
mismo, que tanto lo importuna. Su vida se va contando a través de toda la
novela. Sus palabras son reflexiones profundas de supervivencia: para
sobrevivir hay que ser implacable hasta en los más ínfimos detalles. Así
pues, anotaba las afrentas en la agenda del odio, para poder tomar venganza de
las mismas. En un duelo, mata a un inocente para tomar venganza por una afrenta
de amores.
El clero está representado en el padre Silva, un
borracho empedernido, cuya vida es tragicómica y dolorosa, por eso no puede
confesar ni perdonar los pecados. En este cura se materializa todos los malos
olores. Los servidores de la familia
Almeida cuyo representante es Cárdenas, un hombre cuya envergadura simboliza la
importancia de elegir a los más corpulentos y forzudos para proteger a la
familia y sus intereses. Riascos, un negro que no quiere serlo y se pinta la
cara y que regenta una de las tabernas del pueblo. Los hermanos Jaramillo, uno
ciego que asiste a las fiestas y el otro con sus anteojos ve todo lo que sucede
en la ciudad y se lo cuenta al hermano. Aparecen personajes muy peculiares como
Reinaldo «el Platas», hombre con dinero, «Tirofijo», el hombre de los ojos
verdes. Julema una prostituta que busca a Bedoya, pero a la que él desdeña, y
muchos más personajes, todos ellos bien encajados en la historia. Cada cual está
identificado con alguna particularidad.
Es sorprendente además la
meticulosidad del autor para fijarse en los más ínfimos detalles, que realizan
seres pequeños o grandiosos y describir cómo se muestran y cómo realizan la
actividad asignada por la naturaleza: las moscas, las chicharras, las mariposas,
los pájaros, los olores, los caballos, los jinetes, el sol, la lluvia, las
nubes, etc.
A lo largo de todo el
libro podemos ver magníficas descripciones, de personas, de lugares, de
habitáculos como las tabernas, preciosas metáforas e importantes e inusitados
símiles.
El libro ostenta un
lenguaje luminoso, preciso, original y creativo que se va distribuyendo para
describir personajes y lugares, sin dejar de atender a las necesidades del
guion ni a la voluptuosidad del marco físico. También se recrea en los diálogos
el habla popular de los indígenas.
Al final, el día de Navidad y cumpleaños de la doña Nati, cuando la clase dominante está en la Casona para celebrar la fiesta y los indígenas, negros, mulatos, mestizos, etc. están en la puerta, esperando la generosidad de la señora, mediante lanzamiento de bienes comestibles y que se abran las puertas para ingerir algo del sobrante de la abundante pitanza, esta novela despliega un enfrentamiento brutal, sangriento y espantoso de destrucción, terribles matanzas y asesinatos, incluso venganzas familiares, con grandes trazos apocalípticos, al que se añadirá la acción de la guerrilla. El jardín y la plaza del pueblo aparecen sembrados de cadáveres.
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