Este es el artículo de mi autoría publicado en el periódico
IDEAL SIERRA MÁGINA, para el mes de mayo de 2021. Abajo lo cuelgo en letra
grande para que podáis leerlo.
Este 1º de mayo de 2021 no va a ser igual que los años anteriores, en los cuales
hubo manifestaciones multitudinarias en todos los países del mundo para
reivindicar el derecho al trabajo que tenemos todas las personas.
Desgraciadamente, por causa de la pandemia del COVID-19 todo ha cambiado y las
perspectivas laborales, por culpa de misma, se han degradado mucho. La mayoría
de las empresas, menos las imprescindibles para la subsistencia humana, han padecido
el cierre durante algunos meses y eso les ha causado un gran perjuicio. Cuando
han vuelto a abrir, han comprobado que se ha perdido clientela y se han destruido
bastantes puestos de trabajo. Otras incluso, acosadas por las deudas, han
debido echar el cierre definitivo. En este sentido, será
necesario promocionar las empresas locales, fomentar el consumo, propiciar las ventas y el movimiento de los productos. Aunque esto va a
costar mucho, tenemos que aunar esfuerzos para que todos los
trabajadores/as tengan un puesto. Estas pérdidas han aumentado la pobreza en
las clases medias y bajas, que no en las altas; estas son siempre las grandes
vencedoras en cualquier tipo de conflicto.
Este año más que nunca se hace necesario
celebrar el 1º de Mayo, reivindicando los derechos laborales y la necesidad que
todos tenemos de desempeñar un trabajo digno, recibiendo a cambio un salario justo
con el que poder sacar la familia a flote. El paro obrero en el cual se encuentra
gran parte de la población, hay que combatirlo desde todos los frentes.
Vamos a hacer un estudio de
esta efeméride a lo largo de la historia:
El Día
del trabajador que hoy celebra casi todo el mundo el 1 de mayo tiene su origen en los Estados
Unidos del siglo XIX, en una época en la que no respetaban los derechos laborales, considerados casi una
utopía. La sociedad vivía únicamente para trabajar y dormir, con jornadas de
hasta 18 horas diarias.
El 1 de mayo de 1886, los trabajadores de Chicago, entonces la segunda
ciudad más habitada de Estados Unidos, anunciaron una huelga general, reivindicando
una jornada laboral equilibrada: «Ocho horas para el trabajo, ocho horas para
el sueño y ocho horas para la casa, las actividades culturales, formativas y de
ocio».
No era la primera vez que se reclamaba, tampoco sería la última. La jornada
laboral de los trabajadores era entonces la que quisieran sus empleadores,
aunque con salvedades. En 1829, se aprobó en Nueva York una ley que
prohibía trabajar más de 18 horas, salvo caso de necesidad. En uno de los
apartados de la norma se establecía que, si existía tal necesidad, un
funcionario podía trabajar más de 18 horas si sus superiores pagaban una multa
de 25 dólares.
En 1868, el presidente Andrew Johnson promulgó una ley que establecía la jornada
laboral de ocho horas; 19 estados comulgaron con él y establecieron
normas parecidas, con un máximo de diez horas diarias de trabajo. Sin embargo,
eran pocos los lugares en los que se cumplía.
En los últimos años del siglo XIX en Chicago, muchos obreros estaban
afiliados a la Noble Orden de los Caballeros del Trabajo, aunque la que más
guerra daba era la Federación Estadounidense del Trabajo, que acabó convocando
la huelga del 1 de mayo de 1886. Un año y medio antes amenazó con ella, durante
el cuarto congreso del sindicato y, como no se cumplieron sus peticiones, se llevó
a cabo, pese a que habían despertado el interés de algunos, que veían en la
jornada laboral de ocho horas una forma de reducir el paro.
No todas las organizaciones estaban de acuerdo. La Noble Orden lanzó un
comunicado en el que pedía a sus afiliados acudir al trabajo el primero de
mayo, aunque fueron pocos los que hicieron caso. Cerca de 200.000
trabajadores secundaron los paros, siendo Chicago el foco principal de las
reivindicaciones. Allí la huelga se extendió durante dos días más, la tensión
crecía por momentos y la policía actuó en una manifestación con más de 50.000
personas. Era la segunda jornada de paros; los trabajadores tomaron represalias
al tercer día, acudiendo a la única fábrica que se mantenía abierta y
enfrentándose a los esquiroles en una pelea campal. Sin previo aviso, la policía
procedió a disparar, dejando seis víctimas y decenas de heridos.
Consciente del caos que reinaba en la ciudad, el alcalde permitió la concentración
que se había programado para el 4 de mayo en Haymarket Square. No sólo la
permitió, sino que acudió a ella para garantizar la seguridad de los
trabajadores, aunque no sirvió de mucho. Una vez terminada la reunión, a la que
acudieron cerca de 20.000 personas, el inspector de Policía John Bonfield
consideró que no debía haber nadie en la plaza y dio orden a 180 agentes de
intervenir. De repente, estalló una bomba y mató a un policía, lo que
provocó que sus compañeros abrieran fuego contra la multitud. Se desconoce el
número de víctimas.
Inmediatamente, se declaró el estado de sitio y el toque de queda en
Chicago, produciéndose después muchas detenciones y registros, en los que se
encontraron arsenales de armas, municiones y escondites secretos.
Transcurrido un mes y medio, se inició el juicio contra los 31
presuntos responsables de los disturbios; luego el número se redujo a
ocho. El juicio se consideró una farsa, ya que no respetó ningún tipo de norma
procesal, y condenó a los ocho acusados de ser enemigos de la sociedad y el
orden, pese a que no pudo probarse nada en su contra. Cinco fueron
enviados a la horca y tres a prisión.
Con sus luchas reivindicativas, estos trabajadores lograron una jornada
laboral justa para todos los obreros, por lo que debemos estarle agradecidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario