De
esta forma sigue Victoria Godoy el prólogo de mi
libro, Ojos de zafiro y otros relatos:
En
Ojos de zafiro, hay bellas comparaciones y bonitas metáforas: la luz blanca del
alba será «fría como la muerte»; las palmeras, «hermosas plumas de avestruz
agitadas por el viento»; el grito, «el desafinado chirrido de un gallo
madrugador»; un niño a las espaldas, «un tierno ramillete de hierba buena que
le brotara de la cintura...»; la pelvis, «una granada madura que anhelara
mostrar el fruto»; la rabia, «una luciérnaga herida...»; la indignación, «una
punzada adversa»; el sol, «una mancha escarlata que había empezado a caldear el
aire»; la fe, «una minúscula sombra sin destino»; el rostro encendido,
«vigoroso, arrebol de otoño»; las dulces palabras, «el alegre gorjeo de un
gorrión en celo»; la tarde, «un inmenso globo rojizo cuya luz... encandilaba la
pupila»; el horno, «la ingente bocaza de aquel gigantesco dragón»; las manos,
«gaviotas heridas por tan súbito viaje»; la blanca espuma del mar, «sudario que
cubrió sus cuerpos»; los bracitos, «espumas de ternura»; el amor, «arco iris de
mil colores; la nieve, «blanca paloma que congela hasta el aliento». Todas
ellas, en perfecto contraste con un léxico que se adapta a la realidad
sensorial descrita como: menuda y vivaracha, chiquilla, alimaña, alma en
pena, pintarrajeada, estar de buen ver, vino peleón, chatos de vino,
trébedes..., y que refleja el argot y el lenguaje popular. El uso de
comparaciones, series binarias y personificaciones se inspira en una naturaleza
simbólica, cuyos elementos naturales conviven en plena simbiosis con el ser
humano, mostrando su carácter afable u oscuro.
Victoria
Godoy Pérez, Licenciada en Filología Hispánica
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