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Gracias por venir a recorrer estos senderos literarios que han brotado de una fontana silenciosa, sedienta de emoción y de calma. Gracias por leer estos poemas, por beber su aliento, por respirar su aroma, por destilar su esencia, por libar su néctar. Sabed que han brotado de un corazón anhelante que sueña con ser luz y ternura, primavera y sueño, calidez y verso. Mientras lo consigo sigo escribiendo, soñando, amando, enseñando, viviendo y cantando a la vida y al amor, al mar y a la tierra, a la tristeza y al llanto, al suspiro de la brisa y al deseo de los espejos, a la melancolía y a la nostalgia. La vida es como un poema que, en unas ocasiones, nos abre las puertas de paraísos ignotos, de hermosas praderas cuajadas de florecillas silvestres, de exóticos jardines, de luminosas estancias donde germinan los sueños y donde se gesta el amor, pero en otras nos aboca al temblor de los fracasos, al dolor de las heridas, al vacío de las ausencias, al llanto de las tormentas, al furor de las ventiscas, al horror de las contiendas y a la tupida oscuridad de una noche sin luceros. Espero que seas feliz mientras bebes agua de los manantiales de la poesía, de las fontanas del verso.

jueves, 5 de noviembre de 2020

ARTÍCULO DE MI AUTORÍA PUBLICADO EN IDEAL SIERRA MÁGINA. NOVIEMBRE 2020

Este es el artículo de mi autoría publicado en el periódico IDEAL SIERRA MÁGINA, correspondiente a noviembre de 2020. abajo lo pongo en letra grande para facilitar la lectura.


DÍA DE LOS SANTOS Y DE LOS DIFUNTOS   

El 1 de noviembre es el día de todos los Santos, de todas las personas que han pasado por este mundo haciendo el bien a sus semejantes, luchando por erradicar las desigualdades entre los seres humanos y ayudando a los más necesitados con su trabajo y esfuerzo cotidianos. De los que han sido personas íntegras y cabales, de los que han ostentado coherencia entre su forma de hablar, de pensar y de actuar, hayan subido o no a los altares de la Iglesia Católica.

Paralelo y asociado al día de todos los Santos, va el día de los Difuntos, de todos nuestros familiares, amigos y parientes fallecidos y, en definitiva, de nuestros antepasados. Son días para evocarlos, para tenerlos presentes en nuestro corazón y rezarles alguna oración rogando por el eterno descanso de sus almas.

En estas fechas se adecentan y arreglan los nichos, se adornan con flores y con objetos que emulan lo sagrado, crucifijos, imágenes de santos, jarrones para poner las flores y fotos de los finados. A partir del día 1 de noviembre, con gran devoción y respeto, se frecuentan los cementerios para hacerles una visita a nuestros difuntos y rezar una plegaria por ellos.

Desde las más antiguas civilizaciones, se ha practicado el culto a los muertos. Todas las culturas han tenido y tienen una rica experiencia sobre la muerte. En todos los lugares y tiempos de la humanidad ha existido esa creencia en el más allá, después de la vida.

Semejante actividad hemos podido descubrirla y estudiarla en varias culturas ancestrales, unas remotas en el tiempo y otras más cercanas. Así, en el antiguo Egipto, los faraones eran sepultados en grandes pirámides, que eran suntuosos palacios en su interior, dotados de mobiliario, ropas, comida no perecedera y utensilios personales para el uso del difunto. Claro que a los pobres no se les podía dar el mismo tratamiento que a los faraones. Ellos eran sepultados en fosas comunes y podían sentirse unos afortunados si no se les abandonaba en cualquier depresión del terreno o cuneta, como ha sucedido en tiempos de guerras, pandemias y desastres naturales. En otras necrópolis de la antigüedad, también ha habido distintos tipos de enterramientos, siempre con diferencias entre las clases.

En la actualidad, en algunos países de Hispanoamérica, a los difuntos se les propicia un emotivo entierro y, en estos días, un peculiar culto. En México, las familias se reúnen en torno a la tumba de sus muertos y engalanan el entorno con flores y con objetos en miniatura y a todo color que les recuerden a sus familiares difuntos (en estas culturas se practica el fetichismo). Depositan los víveres sobre las tumbas y allí comen los miembros de la familia e imaginan que también se alimentan los fallecidos.

Ante se enterraban los muertos en las iglesias. En Pegalajar, la ermita de Santa María, actual ermita de la Virgen de las Nieves, y la Iglesia Parroquial de la Santa Cruz albergaron a los difuntos de la villa, durante el siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX, respectivamente. Después los enterramientos empezaron a hacerse en el nuevo cementerio, ubicado a las afueras del municipio, en el Haza de Jesús.

La costumbre de dar sepultura en los templos se potenció con la inhumación, en los mismos, de los reyes y de los grandes mandatarios de los diversos países, para proporcionar a estos ilustres difuntos más solemnidad, más esplendor y más privacidad. Terminar con la costumbre de hacer los enterramientos en las iglesias fue un proceso largo y complicado, que se extendió hasta el siglo XIX, porque tenía la oposición de los fieles y de las autoridades civiles y religiosas. No obstante, alegando cuestiones de salubridad pública, pudo lograrse. 

En los pueblos de Sierra Mágina, existía una rica tradición acerca de la devoción a las ánimas benditas del purgatorio, que eran las almas que aspiraban a entrar en el cielo, pero que debían purgar sus pecados en ese lugar, preámbulo de la gloria, que era el purgatorio. Desde el siglo XVI y hasta el XIX, prevalece en las parroquias la cofradía de ánimas benditas. En las localidades de esta comarca, se les tenía mucha devoción a las mismas. La gente mayor recuerda cómo se les ponían lamparitas y se les rezaba en sus hogares, para pedirles favores a cambio de rogar por ellas ante el Altísimo, ofreciéndoles misas y oraciones por su eteno descanso.

Las tradiciones relativas al contexto de la muerte han ido desapareciendo en las sociedades industrializadas, con el proceso de urbanización y secularización de la vida. Pero hay lugares donde se han preservado numerosas costumbres, que dan cuenta de la riqueza de las relaciones sociológicas y simbólicas que se tejían en torno a los difuntos.

Últimamente, también se incinera a los fallecidos. Esta medida es quizá más higiénica que la de dar sepultura al cadáver. Las cenizas las guardan los familiares en un cementerio o las dispersan en un lugar concreto o en las aguas del mar.

La Iglesia recomienda que los cuerpos de los difuntos sean sepultados en cementerios u otros lugares sagrados. Estas recomendaciones son parte de las nuevas instrucciones que la Congregación para la Doctrina de la Fe, el órgano del Vaticano que se encarga de regir sobre la doctrina católica, publicó con aprobación del papa Francisco. La Iglesia no se opone a la cremación por razones higiénicas, económicas o sociales, pero el nuevo documento marca el cambio más grande a su instrucción. "Las cenizas del difunto, por regla general, deben mantenerse en un lugar sagrado, es decir, en el cementerio o, si es el caso, en una iglesia", o en algún lugar con jurisdicción eclesiástica, ordenan las instrucciones Ad resurgendum cum Christo.














 

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