El dolor que devasta
nuestro pecho no
perdona
la
esclavitud de los siglos
en la ardua batalla del
tiempo.
Somos conflicto y
quimera
invocando el aparato
eléctrico
que concita la lluvia y
la tormenta.
Tupidos nubarrones nos
alejan
de la serenidad del
alba.
Perdidos los recuerdos
de la infancia,
sólo nos queda un
suspiro,
en el sórdido laberinto
de nuestra garganta,
y una lira rota y
olvidada
en el desván opaco de la
memoria.
Es
otoño y el viento fresco
nos devuelve al espacio
devastado
de
nuestra niñez.
La nostalgia lánguida
del pasado
nos regala un viejo
calendario
en el que escribimos
palabras mudas
que el viento esparce
por doquier,
como ingrávidas
hojas de un otoño,
al que no quieren
visitar las lluvias.
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