Acertó el cinco de agosto a embriagarnos de alegría.
Introdujo su clamor por las puertas y balcones.
Repiqueteos de campanas y sonidos musicales
deleitan nuestros oídos y embargan nuestros anhelos.
Sol de estío, brillando en el ancho espacio.
Algarabías infantiles y estallidos de cohetes.
Es el día de la Patrona, de la Virgen de las Nieves.
Es una jornada mágica que nos convoca al festejo
y nos llama a la plegaria, a la Eucaristía y al rezo.
El tiempo se detiene en las cornisas del tiempo.
El cielo luce un azul turquesa tan intenso y
cristalino
como el aire de la sierra y nuestro pueblo
se viste de transparencias, de verbena y regocijo.
En el pecho, se desbordan el alma y el corazón. Se nos
escapa un suspiro para implorar a la Reina de todos
los santos.
Los devotos acudimos a la iglesia.
La calima veraniega nos acecha por las calles.
No nos importa el calor para asistir a tu fiesta.
Nuestra Madre de las Nieves nos aguarda en su morada,
lozana como una rosa del Jardín de las Delicias.
El leve roce de unos labios que besan tu manto,
esperando
algún milagro o haciéndote una promesa, me estremece.
¿Quién podrá llenar el vacío de mi alma?
Solo tú, Virgen querida. Te entrego todo mi ser
y vengo a felicitarte en el día de tu santo.
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