Hace tiempo que esperamos la lluvia
en los campos del amor y
del olvido
en los olivos del verso
dormido,
pero ella no se decide a
venir.
Hace tiempo que la
aguardamos,
con el alma herida por
la sequía
y el corazón roto por el
llanto.
La lluvia es un poema agradable,
que no quiere
visitarnos.
Te esperamos, lluvia,
con gran anhelo.
Deseamos que esas nubes
esponjosas
que decoran nuestros
cielos,
derramen sus dulces
lágrimas
sobre los sedientos
campos del dolor,
sobre los oscuros
tejados de la noche errante,
sobre la faz de esta
tierra,
herida por la furia de los
terribles volcanes
que lo devastan todo con
su pegajoso magma.
Tiemblan los olivos por
la ausencia
de los vibrantes espejos
de la lluvia.
Lloran los ojos de la
tristeza y entonan
tristes melodías de
llanto y de sufrimiento,
canciones de angustiosa soledad,
al viento cruel de la
tarde,
que se enreda en nuestro
pecho,
detenido en el silencio,
en ese suspiro turbio
que no da
tregua al dolor ni a la
desesperación,
en el cielo azul de sus amarguras.
Sopor en los surcos de
la pena.
Alarido de las raíces del
tiempo
cruel de nuestras desazones.
Las copas de los olivos
se agitan
en un río seco de
melancolía,
en un arroyo ausente de
besos húmedos,
mojados, por la dulce
saliva de la lluvia,
de abrazos cálidos,
siempre añorados,
y nunca recibidos de los
brazos del amor.
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