Llueve sobre los tejados de la noche,
sobre el asfalto de los
pesares llueve.
La lluvia es como un
suspiro que brota
del corazón errante y se
estanca en la garganta.
que se derrama en
los valles de tu piel.
Las lágrimas del
cristal, atrapadas en el vacío del tiempo,
recorren
las veredas de mi pecho.
-Letargo de abanicos que
lloran-
Otro lenguaje imposible
que busca el rastro
de lo fugaz en el cáliz
de la tarde.
Una balada de otoño que
plácida y silenciosa
se arremoline en las
praderas del alma.
Estertor de lo incierto
en el crepúsculo.
Melodía de los pianos
del aire. Arpa herida entre sollozos.
La rosa del amor me ha
clavado sus espinas.
Es el ocaso que llama en la aldaba de mi
puerta
con su plomiza luz en lo
oscuro, donde todo es herrumbre
y silencio, palomas
heridas de amor y olvidadas del destino
ruin de los espejos del
mar, de los arpegios del viento.
Una balada en otoño que convoque a las estrellas
y a los pájaros heridos
que dormitan en tus manos,
para que dibujen
senderos de fingida luz en tus pupilas.
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