Estaba la mujer
llorando lunas,
sentada en el diván
de los silencios,
marcada por la
huella del quebranto.
El alma secuestrada
hacia la noche.
Las manos,
encalladas en la esfera
de su vientre,
curvadas al dolor
de todos los
naufragios de su pecho.
Las luces de sus
ojos, apagadas.
La línea de sus
labios, encendida,
bañada en
desalientos y en tristezas.
La llama de su
cuerpo, tiritando,
igual que una
libélula en invierno,
igual que una
gacela moribunda.
Y el hombre, con su
voz lanzada al viento.
Sus brazos, como
espadas, agitando
aires de tiranía,
la marea
que gesta un temporal
en la alameda.
Sus manos, como
garfios, devastando
las flores de esta
tierra, los trigales
que crecen a la
orilla de los besos,
que fueron a morir
en el olvido.
Los nichos,
aguardando los espasmos
del horror,
mausoleos entreabiertos
a la ironía del
destino cóncavo
de aquellas
margaritas cuyos pétalos
el viento devastó
en la polvareda
de todos los amores
imposibles.
Brilla el sol en el
sol, la ventolera
que abanica la sed
de los caminos.
La boca del terror,
bisbiseando.
Tiernos versos de
amor en nuestra alforja.
Tristes muecas de
sombra en nuestros labios.
Estaba la mujer
llorando lunas.
Su alma, entumecida
por el llanto.
Sus lágrimas, un
río de agua clara
que van a desaguar
en la bahía
de todas las
palomas maltratadas.
POEMA PREMIADO EN
MIJAS
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