En invierno, el Almadén
deja que el cielo corone
sus cumbres de blanco armiño.
Deja que las nubes cubran,
con sus copos las laderas de su urdimbre,
los barrancos de su escarpado declive.
Deja que el gélido viento afiance
en placidez sus extensiones sombrías.
Con su soplo frío y glacial,
el aire de las montañas acaricia
los telares blanquecinos de su alma
las llagas de su pétreo corazón,
las heridas de su ondulado paisaje,
los surcos de sus profundas entrañas.
Almadén permite que lo sepulten
entre sábanas de raso y de algodón,
de seda mate o de lino blanqueado,
tan sutil y esplendoroso
como los hermosos lirios
que se crían en los montes
de mi tierra.
Almadén, como novia complaciente,
permite un roce suave, puro, limpio y sensual
en el borde de sus labios, para dejarse besar,
a la orilla del amor, por los luceros del alba,
por el sol y por la luna y por todos los planetas.
Oyendo zalamerías, teje su traje de novia.
Escucha versos de amor y poemas de nostalgia
cerca de su corazón, en noches de plenilunio.
Y, para ir a la fiesta de sus bodas milenarias
con el frío viento del norte, se viste con traje
blanco.
En CasaRosada, a 2 de diciembre de 2021
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