Qué paz produce la nieve,
en el fondo de mi pecho.
Todo blanco, inmaculado,
como la piel de un armiño,
como el traje almidonado de una novia.
Como el velo que la cubre de pureza.
Como el alma de una joven,
que aún no conoce varón.
Qué dulzura en los paisajes de la nieve.
Qué esperanza de flores en el olivo,
de aceitunas verdinegras y moradas.
Qué alegría la del campesino errante.
Qué sosiego en los pinos de la Serrezuela,
en los valles de mi alma y de mi cuerpo,
en los cerros y en los montes de mi tierra.
Los campos entonan cánticos de gratitud,
melenchones de ternura y canciones de templanza.
Qué quietud hay en la nieve que cae,
desde los cielos, a los parajes del mundo.
La nieve es como el aliento del alba,
como un puñado de versos blancos,
de azucenas, de lirios o de jazmines.
Es como el palpito de una gacela herida,
moribunda, que te mira enajenada en su dolor.
Igual que la inocencia de un niño.
Como una paloma errante,
que atraviesa los cielos del corazón
y se refugia en los hermosos nidos
del alma y de la esperanza.
En CasaRosada a 27 de enero de 2022
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