Ese caño circular,
por donde el agua derrama
su manto de esplendidez,
en la Charca de mi pueblo,
es como el Ojo de Dios
que nos regala ese don
a través de sus pupilas.
En su rostro,
los cristales refulgentes
nos muestran el estupor de los campos.
En el olivo, la gota fructífera,
primicia de la incipiente aceituna.
Óleo febril de todos los aguaceros
que fecundan el corazón de la tierra.
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