Desde esta cima celeste y alada
donde el temerario buitre
presta su nombre a la peña
y donde el vértigo,
como indeseable huésped,
se arremolina en el pecho
y te desgarra la médula,
puedo contemplar, impávida,
la inviolada plenitud erguida
de este cielo acrisolado.
Con el peso de la vida
a las espaldas,
recorro estos hermosos parajes,
de nubes descendidas y de brumas
vaporosas y distantes.
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